Échenle toda la poesía que quieran a esa gitanilla, a ese rincón, a ese arco, a ese patio... Efectivamente, todos coincidiremos que no tienen precio. Pero sí que tienen un gasto. Más aún: cuidar un patio implica un desembolso que va a más conforme pasan los años y que, directa o veladamente, a nadie se le oculta que es uno de los peligros para la supervivencia de la Fiesta a medio y largo plazo.

Y es que si hace un siglo una lata de carne de membrillo o de aceite usada servían reutilizada de maceta y había mano de obra de sobra y barata para colaborar en el mantenimiento del edificio... ahora todo vale un dineral, tiempo incluido. Por ejemplo, restaurar una casa implica caros proyectos y el uso de materiales costosos por estar en desuso y ser escasos, mano de obra especializada, unos 1.200 euros al año de agua para el riego (por término medio, según estimaciones facilitadas por la asociación de cuidadores Claveles y Gitanillas), labores de mantenimiento que como mínimo suman cinco horas semanales en invierno y dos diarias para los riegos y otras tareas en primavera y verano, tener a una persona a cargo dos semanas consecutivas durante el concurso, pintura, macetas, como mínimo 600 euros en reposición de plantas al año... Si hacen cuenta, un patio medio es un lujo que si se quiere hacer bien no sale, estiman los cuidadores, por menos de los 8.000 euros anuales, incluyendo ese trabajo voluntario pero valorándolo a precio de salario mínimo.

Un ejemplo de esta evolución de costes es, sin ir más lejos, la propia adquisición y recuperación de una vivienda antigua, como la que pudo hacer con apenas unas decenas de socios Amigos de los Patios en 1974, con San Basilio 44 y, más tarde, con Siete Revueltas 1 (la Casa de las Campanas). Hoy, tal operación sería inviable para un simple colectivo ciudadano.

De hecho, ya sería difícil incluso para instituciones hacerse con la propiedad y reformar un edificio como Trueque 4 (Centro de Interpretación de la Fiesta de los Patios) o, como hizo la entonces boyante Vimcorsa en 2010, cuando evitó el derribo de Martín de Roa 7 y 9 y San Juan de Palomares 11 para adaptarlas al siglo XXI y alquilarlas a sus antiguos residentes.

Entonces, ¿cómo se mantienen los patios mientras todo se encarece? La principal compensación llega del propio concurso, sobre todo cuando se decidió hace década y media que el grueso del presupuesto del certamen competitivo, el 84,2 %, unos 183.400 euros en el 2021, se distribuya en concepto de accésit de participación según 5 categorías de tamaño del recinto: desde los 3.080 euros para los patios de entre 19 y 41 metros cuadrados a los 4.140 euros de los de más de 100 metros. Como ven, los premios, desde 400 euros a los 4.000 de la Mención de Honor, serían importantes para cualquier familia de un patio galardonado, pero no tanto como ese accésit fijo de participación.

También el Ayuntamiento comenzó a ayudar desde el año pasado con una exención del IBI del 95%. Que no es poco, sobre todo para los concursantes de arquitectura antigua y si se tiene en cuenta que hoy en día los ocupantes de estas viviendas suelen ser escasos y muy mayores, con su única pensión como recurso, todo ello en unos edificios que aunque estén machacados por el tiempo tienen un valor catastral enorme.

El último apoyo viene a través de Emacsa, con un descuento en el primer tramo del recibo del agua, el menos gravoso, y que poco significa para un gasto medio de1.200 euros al año. Claveles y Gitanillas, junto a Amigos de los Patios, están renegociando esta ayuda, pero tiene difícil encaje en la actual normativa municipal.

Curiosamente, la fórmula más fácil sería la del patrocinio, como se hizo cuando en 1991 se unificó el Concurso Municipal de Patios con el que lideraba Carbonell. La firma pasó a ser patrocinador del certamen junto a otras 11 empresas públicas y privadas que, con el tiempo, han ido descolgándose. Por último, en torno al 2012 surgió una fórmula imaginativa para reforzar el bien reconocido ese año por la Unesco: crear un patronato público-privado de gestión de la Fiesta. Lo que tampoco es sencillo porque, por definición, los patios son de sus dueños, y por tanto difícilmente puede haber un patronato que carece de patrimonio material, por muy grande que sea el patrimonio inmaterial a gestionar.

Lo más curioso es que los Patios, junto con la Semana Santa, quizá sea el ‘negocio más redondo’ para Córdoba, Ayuntamiento incluido. Y es que las cifras del estudio que ya hicieron en el 2013 F&J Martín en colaboración con la empresa Calma Ingenieros Consultores muestra que el impacto del Concurso Municipal de Patios en la ciudad es de 6,08 millones de euros, una cifra que en el 2019, el último año prepandemia, ya se quedaba chica. Pero, si se tiene en cuenta que el Ayuntamiento aporta para este éxito económico solo los 217.800 euros actuales de los accésits de participación y premios, no hay que ser economista para darse cuenta de que cada euro municipal mueve con los patios otros 28 euros, y que el propio Ayuntamiento es uno de los más beneficiados al revertir en sus arcas las tasas de todo tipo que puede cobrar a muchos negocios en los que los patios son clave en sus cuentas anuales: hostelería, viveros, agencias de viajes, imagen, artesanía...

Y es que, como se ha dicho, los patios tienen valor pero no precio. Lo curioso es que, sobre todo, así es para la propia economía cordobesa.