En la puerta de su cole, Lucía, 6 años, nos contaba que ya «estoy en 2º de primaria», junto a ella su compañera María José, que nos confesaba que «de mayor quiero ser médica, como mi prima»; Álvaro, también pendiente de que se abriera la puerta para iniciar su curso en 2º de primaria, no tenía muy claro que quiere ser de mayor, aunque apunta que «como mi papá, guardia civil»; Carmen y María coinciden en que «quiero ser maestra».

Parece una situación normal, con declaraciones que se ajustan a las respuestas de las preguntas que cada año se formulan a los pequeños que inician la vuelta al cole en septiembre. Pero hasta aquí, porque estos niños estaban junto a sus familiares, sin moverse, y no «había carreras de encuentros, ni gritos, ni siquiera de juegos tan sencillos y humildes como el pillapilla». Al abrirse las aulas, alumnos en fila, pendientes de las miradas de sus maestros y maestras, de poner las manos para el gel, limpiarse los pies en las alfombras desinfectantes y ocupar sus púpitres en aulas que se han desinfectado, se han desalojado de mobiliario y enseres que ocupan espacio, pero aulas que no han estirado como si fueran gomas y que acogen al mismo número de niños que en cursos anteriores, en un curso marcado por un protocolo sanitario donde se marca distancia de seguridad.

Los más pequeños han vuelto a dar una lección de responsabilidad en la entrada al colegio, se dice que «al arbolito desde pequeñito...». El deseo es que estas promociones que finalizaron sus clases presenciales el curso pasado en marzo, así llegaron hasta el final, sepan trasladar a próximas generaciones la importancia de la responsabilidad personal ante amenazas que necesitan del esfuerzo de toda una sociedad.

Los padres, juntos a sus hijos, dicen que «hay que hacer de tripas corazón, no podemos trasladar miedo». Mari Ángeles confesaba que «somos consciente de que la vida continua, ganas de volver a la normalidad, también en el colegio, pero el miedo está», esta madre le duele que «dentro de una hora traigo a mi otro hijo, más pequeño, y no pueden jugar juntos en el recreo».

Tranquilidad relativa ante un regreso a las aulas donde los equipos docentes han hecho encaje de bolillos estructurando entradas diferenciadas por niveles educativos, aprovechando las diferentes puertas a los centros; usando colores para que los alumnos puedan distinguir sus clases y compañeros; circuitos pintados y marcados con pegatinas en el suelo; alfombras para desinfectar el calzado, gel para manos; distancias de seguridad y las tan necesarias mascarillas. Imágenes de un 10 de septiembre que se alejan de la felicidad de llevar a los niños al cole para que «aprendan, empaticen, sociabilicen y sean felices con sus compañeros, con sus amigos». Como ejemplo, ante una de las prioridades de la educación «compartir», este año llega la contraorden de «no se presta nada».

En este escenario, muchos padres no encuentran respuesta y dicen que «los traemos porque no nos queda otra», y exponen realidades complejas, como Raquel Millán Martínez que al llevar a su hija de 10 años no olvida que «tengo un bebe prematuro, nació en pleno confinamiento».

Un grupo de jubilados, asistía desde la distancia marcada por la sombra, la vuelta al cole de un grupo de alumnos. Pertrechados tras sus irrenunciables mascarillas se pronunciaban como un fiel reflejo del debate abierto en la sociedad ante el inicio de un curso marcado por la incertidumbre. Sus opiniones van desde que «la enfermedad viene al colegio o donde estés», «los chiquillos tiene que ir a la escuela, es el futuro de España, que tengan oficio, carrera, tenemos que vivir con el virus», y también la reflexión de «porque estén dos o tres meses sin ir al colegio no va a pasar nada».

En Palma del Río iniciaban el curso escolar 1.904 alumnos, 548 de Infantil y 1.346 de Primaria.

Cinco días más tarde, comenzaron la incorporación a las aulas los alumnos de ESO, FP, Bachillerato y Educación Permante, un total de 1.697. Aquí no nos encontramos imágenes tan responsables como las que ofrecieron los pequeños: hubo saludos más que cercanos, gritos y carreras. Las puertas del IES Antonio Gala y del colegio salesianos San Luis Rey se abrieron a su alumnado de forma gradual, por niveles educativos, incorporaciones a lo largo de la semana. Un calendario de acogida, según salesianos, que ha dispuesto entradas por todo el centro desde «la portería hasta las pistas». En el IES Antonio Gala la puerta principal se ha ampliado, su director, José Alcaide, dice que «el curso necesita del compromiso y responsabilidad de toda la comunidad educativa». El Antonio Gala va a contar con cuatro profesores más en un plantilla de 97 docentes.

La alcaldesa, Esperanza Caro de la Barrera, y el concejal de Educación, Carlos Muñoz, reconocen que «el riesgo cero no existe».