Palma vivió la segunda entrega del que se presupone será el cartel mediático de esta temporada, habida cuenta de la presencia en el mismo de los dos hijos toreros de Manuel Benítez, que comparten en los carteles el mismo nombre artístico con el que su padre se convirtió en todo un mito dentro del planeta toro. Festejo que, a su vez, presentaba el aliciente de celebrarse en la misma tierra que vio nacer al V Califa del toreo y en el que, para acrecentar su componente dinástico, se completaba con la presencia de otro torero de la tierra, Javier Benjumea, hijo del recordado maestro Pedrín Benjumea que compartió con Manuel Benítez tardes tanto en la plaza como en los platós de cine. Como se barruntaba, la respuesta fue la esperada, con un lleno en los tendidos, una legión de curiosos en los alrededores del efímero coso taurino y un verdadero enjambre de reporteros a la espera de la llegada del padre de los dos hermanos, que finalmente no se produjo, como también era previsible. Y como ocurriera en Morón, el pequeño fue el que se llevó el gato al agua. JUlio Benítez se mostró con soltura en el capote, recibiendo a su primero con una larga cambiada y un vibrante saludo, mientras que con la muleta supo aprovechar las escasas opciones que los ejemplares de Albarreal dieron a la terna debido a su manifiesta falta de fuerzas, apagándose sus embestidas a medida que transcurría la faena.Un trasteo de rodillas y varias tandas con la derecha, con series de mucho temple, fueron suficientes para meterse el público en el bolsillo, bajando enteros su actuación cuando tomó los engaños con la zurda, pitón por el que su oponente dijo basta. En el segundo de su lote, buen planteamiento aunque en esta ocasión, Julio tuvo que ponerlo todo de su parte, tapando en cada tanda la salida de un animal que a las primeras de cambio tomaba el camino de las tablas.

Bien el pequeño de los Benítez y también a un gran nivel, pese al reducido número de tardes que se viste de luces, Javier Benjumea, que no quiso ser un convidado de piedra y que ofreció alguno de los pasajes más interesantes de la tarde, particularmente en el primero, al que, pese a su sosa embestida, enjaretó tres tandas de naturales con mucha elegancia, breves pero intensas, tres y el de pecho, para no castigar en exceso a su ya fatigado oponente que por el pitón derecho fue una auténtica alma en pena. Con dos orejas, Benjumea también dejó un buen aroma en el que cerraba plaza, en esta ocasión con tres tanda de derechazos de mucha verticalidad y trazo largo, completadas con interminables pases de pecho. Por su parte Manuel Díaz también tuvo que sortear las pocas posibilidades que ofreció su lote, aunque en el que abría plaza, de lejos el mejor del encierro, se mostró excesivamente precavido, recurriendo a su variado repertorio de desplantes y al siempre jaleado por el público salto de la rana. En el segundo, más labor de enfermería y más sobe con la muleta hasta que consiguió ligar varias tandas con la derecha de las que sacó oro, recibiendo como premio dos excesivas orejas que le valían para salir a hombros, como tantas veces hiciera en su carrera su padre.