Opinión | FILOSOFÍA

José Luis Montijano López

No hablar mal de nadie

En nuestra sociedad, en la familia, en el trabajo, en cualquier ámbito de la vida en el que tratamos con otras personas, es frecuente observar cómo, por ligereza, sin conocimiento, por envidia, malquerencia o cualquier otro motivo, hablamos mal de nuestros prójimos.

No nos damos cuenta de que, en esas situaciones, el principal perjudicado no es el agraviado, al que alegremente calumniamos o, cuando menos, difamamos sino que somos nosotros mismos que, por nuestra falta de continencia verbal, extendemos un manto de malas palabras a nuestro alrededor y nos hacemos esclavos de lo que hemos dicho de los demás.

El otro día asistí a la misa funeral de la madre de un amigo. En la homilía el sacerdote recalcó como una de las principales virtudes de la difunta que sus hijos y familiares jamás la habían visto hablar mal de nadie. Estas palabras me impactaron y pensé en aquella frase de un santo: «Si no puedes alabar, cállate». Y pensé en aquello de quiénes somos nosotros para juzgar a los demás, para quebrantar con nuestras torpes palabras, que rasgan la caridad que debemos a nuestros prójimos, el valor del silencio.

Cuentan que un día alguien fue a visitar a Sócrates queriendo contarle cómo se había portado un amigo suyo. El filósofo, antes de que continuase hablando, le paró y le dijo a su interlocutor que si lo que le iba a decir pasaba por tres filtros o tamices: si era verdad lo que le iba a contar, si era algo bueno y si, finalmente, era algo útil. Como no se daban esas condiciones Sócrates le dijo que «yo prefiero no saberlo y a ti te aconsejo olvidarlo».

Descubramos la belleza del silencio, antes de hablar mal de quienes nos rodean. Construiremos un mundo más humano.

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