Apreciado Dr. Plata Rosales.

Siento la necesidad de expresar un sentimiento de gratitud, de respeto profesional y de admiración. Y a priori, por escrito, creo que me resultará difícil hacerlo con la intensidad y la hondura que se merece; en vez de hacerlo personalmente, cara a cara, de viva voz, acompañado de la mirada, de los gestos, de un apretón de mano, de todo el acompañamiento propio del lenguaje no verbal que se pone de manifiesto cuando los seres humanos nos hablamos y nos escuchamos en persona. Pero es que estoy seguro de que no podría hacerlo de viva voz en toda su extensión porque presiento la excitación, la inhalación profunda y el embargo del nudo en la garganta.

Lo he tratado personalmente solo en tres ocasiones. La primera, con motivo de la derivación desde medicina interna para la valoración de una posible colecistectomía tras mi primer ingreso por pancreatitis aguda. Nos encontró a mi mujer y a mí en el pasillo de secretaria de cirugía esperando y tomó la iniciativa de atendernos directamente, para ahorrarnos desplazamientos y tiempo. Ahí puso de manifiesto una atención exquisita y un ejercicio de prudencia solicitando una prueba diagnóstica adicional ante la propuesta de intervención quirúrgica. La segunda, una vez finalizado el proceso de las pruebas de preanestesia, cuando deseaba preguntarle algunas dudas relacionadas con la idoneidad de completar el diagnóstico sobre el posible TPMI antes de la intervención. Volvió a hacer uso de una atención amable, reflexiva y argumentada. Y no solo eso, sino que propuso la intervención en un breve plazo y además para hacerlo usted, que es lo que yo deseaba. La tercera, un momento antes de la intervención, para interesarse por mi estado y tranquilizarme.

Decía el reconocido neurólogo británico Oliver Sacks: "Solo hay una regla de oro: uno debe escuchar siempre al paciente". En muchos de sus escritos hablaba de la escucha activa, de una escucha atenta y profunda, de la necesidad de poner en práctica un grado de empatía que permitiera atender a cada paciente como un ser humano único, con sus propias limitaciones cognitivas a las que hay que dar respuesta para asegurar el mayor bienestar psicológico; y de las que hay que obtener la máxima información para asegurar el mejor diagnóstico. Eso es precisamente lo que yo he percibido de usted, lo que me ha generado la suficiente tranquilidad para saber que estaba en buenas manos. Indudablemente, el mejor éxito de un tratamiento sanitario depende de la buena praxis de todo un colectivo de profesionales, del buen hacer de muchas personas que contribuyen a que todo vaya bien. A todas ellas, personas anónimas para mí, también hago extensivo mi sentimiento de gratitud.

He sido docente y he experimentado grandes satisfacciones en el desempeño de mi trabajo, entendido como servicio público a la sociedad, pero sobre todo como instrumento para el desarrollo personal del ser humano. Pero creo que el personal sanitario tiene el privilegio de poder experimentar una de las mayores satisfacciones humanas como es la de llegar a casa tras una agotadora jornada de trabajo, mirar a los ojos a los hijos, abrazar a los hermanos, coger la mano de los padres, y sentir que lo han dado todo para mejorar la salud de otro ser humano, otro congénere, que también tiene hijos, hermanos o padres. Otro ser humano que desea ser feliz y que se encuentra inmerso en un proceso patológico que le causa dolor o infelicidad.

Aunque no todos los tratamientos sanitarios conducen a la resolución del problema, entiendo que en la gran mayoría sí lo hacen y cuando menos mejoran la calidad de vida del paciente. La vida está, inexorablemente, acotada por la muerte.

Hay una abismal diferencia entre encontrar un facultativo que cada día se levanta motivado por hacer su trabajo en unas coordenadas como las propugnadas por Sacks, como he percibido que es su caso, y el que, al preguntarle una duda, con total ingenuidad y un elemental conocimiento de la anatomía del sistema digestivo, sobre la posible localización de la obstrucción de la vía biliar para que pudiera darse una pancreatitis aguda, espeta: “No voy a entrar en ello, siga usted estudiando”. Sin importarle mis miedos, mis preocupaciones y mi ansiedad. Como si el área de lo emocional, pilar básico de la salud mental, no le preocupase. Todo lo opuesto a lo que creo que se puede desprender de la carta de principios, visión y valores declarados en la propia página web del hospital Infanta Margarita. Todo lo opuesto a lo que creo que se puede desprender de los principios que inspiran y a su vez emanan del propio juramento hipocrático.

Gracias pues por esa atención exquisita, amable, reflexiva y argumentada; por ese ejercicio de empatía que hizo que me sintiera realmente atendido y en buenas manos; y por la intervención quirúrgica. Le ruego haga extensivo mi sentimiento de gratitud a todas las personas anónimas para mí que han intervenido en mi proceso. ¡Muchas gracias de corazón!