Diario Córdoba

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CARTA ILUSTRADA

Mariúpol no se rinde

Varios soldados ucranianos

Pensó Putin que la conquista de Ucrania sería cosa de llamar al timbre de una puerta, de una despedida de dos enamorados en el tren que sale de la estación, de tomarse un asiático en el mejor bar de Cartagena, de comprar una Primitiva, de apretarse la correa del pantalón, de ver en el suelo y coger un billete de 10 euros, de seguir una estrella fugaz, de ver la cara de mala leche que pone Sánchez cuando lo insultan por la calle, de liberar un aire que oprimía el diafragma, de parar la subida de los precios, de comerse una marinera, de ir a comprar un sello a Correos.

Pero no fue así. La guerra va ya para las siete semanas desde que salieron los rusos de su casa con lo puesto, para meterse sin permiso, en casa ajena, sin apenas comida, cuando no caducada, sin poder lavarse apenas, con los mismos gayumbos puestos desde el día de la salida (ya que les dijeron que iban un par de días de maniobras), durmiendo en los tanques, con el estrés por las nubes por el miedo, ya que los ucranianos se les pegaban a los costados y los volaban por los aires, cuando no les tiraban una bomba desde un dron, cosa que no se esperaban, ellos, tan sádicos, disparando a niños, mujeres, ancianos y enfermos, con bombas de racimo prohibidas, con gases, o disparando esos otros cohetes que salen de los barcos situados en el mar a cientos de kilómetros atacando supermercados, zonas residenciales, edificios, hospitales, teatros, cortando el agua potable, la luz, dejando sin alimentos a la población, matando a cientos de civiles, no respetando los corredores humanitarios.

Mariúpol, esa ciudad ucraniana de casi medio millón de habitantes, a la que ya no le queda ni esperanza, no se rinde, como los numantinos, o como los judíos de Masada, que no se entregaron a Herodes y se mataron los unos a los otros, antes que caer en poder del enemigo.

Lo tiene crudo Putin. Pensó que esta invasión iba a ser una carrera de cien metros lisos sin obstáculos, un camino de rosas, una vuelta en bicicleta del ganador del Tour por los Campos Elíseos, echar una limosna en el cepillo de la iglesia, darse la vuelta en el colchón, la duración del mandato del Papa Luciani, y se le ha convertido en un viaje a lo más profundo del Universo, que no tiene una fecha fija de término, ya, que, las condiciones que impone el hombre de cara de cera, el genocida Putin, a los ucranianos, son inadmisibles.

¡Mariúpol no se rinde! 

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