A menudo leo artículos de personas ilustres, que han pasado a la historia por sus logros y que son, por ello, dignos de ser recordados. Logros públicos, se podría decir, pero ¡Ay, de quién vive su vida haciendo acopio de logros privados, acumulando pequeños actos anónimos que hacen de la vida de quienes le rodean, una vida mejor! ¿Acaso no merecen que sus paisanos lo conozcan, lo recuerden y lo admiren?

El pasado día 28 de octubre falleció en su Córdoba natal Don Miguel López Lorence, persona tan querida por decenas y decenas de cordobeses, y a quien tuve la suerte de querer como tío y como padrino. Nadie podía contener las carcajadas al oírlo contar sus innumerables anécdotas, como tampoco podían escapar de esa necesidad suya de ayudar al prójimo, de sufrir por sus seres queridos por encima de su propio sufrimiento, de vivir por y para los demás y de llenar los corazones ajenos con su bondad. Después de una larga batalla, decidió seguir cuidándonos a todos desde arriba, donde lo aguardaba su amado Cristo de la Humildad y Paciencia, para agradecerle que hiciera del mundo, un mundo mejor. 

Que estas líneas sirvan al menos, querido tío, para homenajearte, agradecerte todo lo que hiciste por mí y reconocer que fuiste, eres y serás, una persona sin igual. Descansa en paz.