Cualquier dueño de una mascota, muy especialmente si es un perro o un gato cariñoso, estará de acuerdo con el famoso dicho «Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi Nelson», o a mi Kiti, o a mi Coco, o cualesquiera que sean los nombres que su propietarios ponen a los animales domésticos en estos tiempos, pues antes la cosa se despachaba con un Toby, un Lobo o una Leila y a correr.

La Ley de Protección Animal que impulsa la ministra de Unidas podemos, Ione Belarra, está sorprendiendo a mucha gente, que considera exagerado el trato humanizado que concede a algunos animales. Dejando de lado las decisiones sobre los animales del circo, o de zoológicos, o los criterios que anuncia para los caballos que participan en ferias y romerías, lo cierto es que la ley que se está preparando responde a lo que ocurre en la sociedad, al trato que los dueños dan a sus mascotas. La generación de nuestros abuelos no concebía tratar a perros y gatos como si fuesen un miembro más de la familia. Se los quería, por supuesto, pero comían las sobras y tenían trabajos que hacer. Ahora tenemos tanta necesidad de cariño que son la salvación ante la soledad y la ausencia de amistades o de hijos, o simplemente la convivencia con ellos nos hace desarrollar sentimientos similares a los que tenemos hacia las personas.

La ley dice que no son cosas. Son seres, y les concede sus derechos en herencias y divorcios. Decisiones discutibles y controvertidas, aunque pertenecientes a la vida real. Protegerlos del maltrato, el abandono y la infinita crueldad humana merece la pena. Ya veremos cómo se desarrolla finalmente esta norma, que supone un paso novedoso para nuestra sociedad.