Días atrás, en diversos puntos de nuestra geografía percibimos con asombro una caída de hojas masiva, un otoño adelantado en lo simbólico. En general, y aunque probablemente fuera una suma de factores, seguramente se nos mostrara un síntoma más del desolador cambio climático. Las olas de calor y la escasez de lluvias, generan una intensa sequedad ambiental que hacen que las hojas de los árboles requieran más evaporación; pero cuando la lluvia escasea, las raíces no puedan satisfacer esta demanda de agua y las hojas se preservan cerrando sus estomas para evitar pérdidas de humedad. Al cerrarlos, el árbol no puede absorber el CO2 que necesita para realizar la fotosíntesis y comienza a gastar sus reservas de carbono para no morir de hambre. Ante el dilema de morir de sed o de hambre, muchos árboles, para no perder tanta agua, se protegen desprendiéndose de parte de sus hojas y poder seguir nutriéndose. En estos tiempos, son demasiadas las señales que la naturaleza nos envía. Escuchémosla.