La costumbre de plantar la sombrilla en la playa a primera hora de la mañana con la intención de reservar un espacio para todo el día no deja de ser un acto de ocupación del espacio público que pone de relieve un déficit social en civismo que, por lo visto, puede llegar a lucirse con el orgullo y la satisfacción de quien obtiene una medalla olímpica. Pero, y qué problema hay en tener un suspenso en comportamiento ético si se obtiene un aprobado alto en la asignatura de cada cual a lo suyo.

Hay costumbres cuyas raíces se nutren de sustancias tóxicas, y apropiarse de unos metros cuadrados de playa o de una mesa en un área recreativa marcando el territorio para ausentarse del lugar hasta que a uno le convenga, es una de ella. Sin embargo, a día de hoy, lo de echarle cara al asunto puede ser defendido con uñas y dientes como un acto de libertad individual amenazado por la opresión galopante del sentido común.