Hay que ser muy tonto, fanático o malvado para oponerse a la prueba por los hechos, como nos recuerdan los proverbios de todos los países y el mismo Evangelio en sus páginas. «Por sus obras los conoceréis», no por lo que algunos alardean ser, para intentar tapar sus hechos, tan contrarios a su palabrería.

Ante el terrorismo de ETA, unos gritaron día y noche contra ella, presumieron de ser sus únicos enemigos de verdad, los salvadores de la patria; pero sólo consiguieron crispar más la situación propiciando más violencia y hasta un golpe de Estado ultra el 23F. Fueron otros quienes consiguieron por una vía más diplomática acabar con esa peste.

Lo mismo está ocurriendo con los separatistas catalanes, negándose unos mil veces a todo diálogo, llevando el desencuentro hasta propiciar actos insensatos por la otra parte, como el referéndum que se celebró aquel 1 de octubre, y tener que aplicar el artículo 154. Los otros, en cambio, han ido capeando la tempestad sin precedentes que había colaborado a crear el anterior Gobierno. Esperemos que, con la ayuda imprescindible de los alzados y una mayor sensatez -incluso en provecho propio- del partido que nunca más debiera ser en esto la oposición, se consiga poner en vías de solución en un plazo razonable esta, para todos, desastrosa amenaza a nuestra convivencia.