Todo parecía irle de maravilla al partido de Rivera hasta que, antes de las elecciones de 28 de abril de 2019, comete un error de estrategia incomprensible al descartar cualquier pacto con el PSOE de Pedro Sánchez. Ninguno entendimos cómo tomó semejante decisión cuando con anterioridad había alcanzado acuerdos con el líder socialista. Recordemos, por ejemplo, los famosos 200 puntos negociados tras las elecciones de 20 de diciembre de 2015 para investirlo y que fracasó por la negativa de Podemos. Es más, venía de obtener un resultado espectacular en Andalucía tras haber sostenido al Gobierno de Susana Díaz, al igual que en Madrid con Cristina Cifuentes. Realizaba una labor de bisagra necesaria dada la incapacidad de PP y PSOE en negociar, en mayor medida debido a Sánchez. A pesar de obtener 57 diputados que, junto con los 123 de los socialistas, suponían un gobierno con mayoría absoluta, perseveró en su negativa cautivo de su compromiso. Resultaba evidente que pretendía echarlo en brazos de los populistas e independentistas para que se estrellara y quedarse como dueño absoluto del espacio del centro izquierda. La consecuencia de su error fue la debacle del partido en las siguientes elecciones de 10 de noviembre de 2019 al conseguir solo los 10 escaños que tiene en la actualidad. Eso sí, a la vista del gobierno que estamos padeciendo, el peor con diferencia de la democracia, hay que reconocerle el éxito de su objetivo. Tras su honrosa dimisión, ocupó su lugar la única persona con capacidad para sustituirle, Inés Arrimadas. Pronto pudimos comprobar cómo, en su afán por enmendar el error de su predecesor, se ofrecía repetidamente a Sánchez en la tramitación de los distintos decretos del estado de alarma, incluso en la ley de PGE, sin reparar en que Sánchez ya tenía un socio que no permitiría adoptar ninguna propuesta de Ciudadanos (como así resultó). Moncloa, consciente de su debilidad, le propone formar gobierno con el PSOE en la asamblea de la comunidad de Murcia, previa ruptura del que mantiene con el PP. De nuevo la dirigente naranja no repara en un pequeño detalle, para que prosperara necesitaba el voto afirmativo de los dos diputados de Podemos, partido del que siempre había declarado su incompatibilidad. Una cosa es pactar con los socialistas y otra muy distinta hacerlo, además, con la izquierda radical representada por Iglesias. Causa tristeza comprobar cómo un partido al que todavía considero necesario, dada la distancia existente entre los dos partidos hegemónicos, pueda desaparecer por decisiones estratégicas tan equivocadas como incomprensibles.