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Opinión | Jueves sociales

Proteger el estiércol

Cuando la realidad se empeña en ganar por goleada a la ficción es imposible competir, casi mejor ni intentarlo siquiera. A ver quién es el escritor con la dosis de fantasía suficiente para superar la noticia de que en Asturias, PP y PSOE andan a la gresca para ver si protegen el patrimonio sensorial rural asturiano, o sea, los sonidos y los olores típicos del campo en esta comunidad, y también en las otras, aunque sus autoridades no se planteen protegerlos.

El proyecto de Ley de Patrimonio Sensorial abarca los sonidos de cualquier animal de granja (vacas, ocas, gallinas, cerdos… ) y sus olores, entre ellos el estiércol. La razón está en la actitud poco cívica (valga la paradoja) de los habitantes de las ciudades cuando van a pasar una temporada al campo. No solo es que se olviden de las normas más sencillas, como que no se puede robar fruta ni huevos, sino que dejan cercas abiertas y basura por todas partes. Además, por si fuera poco, se quejan de las campanas o los motores de la maquinaria agrícola. Bien está el dinero que deja el turismo rural, pero que vengan educados de las ciudades, que no haya que formarlos para que se den cuenta de que no se puede contemplar la naturaleza sin sus sinsabores. A ver si los urbanitas se creen que el ganado huele a rosas y las ovejas balan canciones de cuna para que los neorrurales concilien un sueño sin sobresaltos.

Puestos a inventar, yo lo que veo es que este proyecto se queda corto, habría que proteger no solo los olores (a humo, a pelo quemado, a purines) o los sonidos (los burros, las cabras, los perros), sino también lo que se puede percibir con otros sentidos. Qué sucede con la vista o el tacto, por qué no hablar del gusto. Cómo se puede vivir sin que todo lo perceptible esté protegido, consolidado, atado y bien atado para que no haya excepciones. Es mucho mejor que proponer cambios que de verdad aseguren que las personas puedan y quieran vivir en el mundo rural: buena conexión de internet, escuelas, centros médicos, vías de comunicación, medios de transporte… Qué son esas cosas sino nimiedades al lado del mugido de una vaca o el olor a cuerno quemado. Quizá la convivencia mejoraría si los habitantes de los pueblos vivieran con las mismas ventajas que en el mundo urbano, ya que pagan los mismos impuestos. Pero no. Como vivimos en un país de cuento de hadas o de terror, mejor proteger lo intangible, a lo mejor para disimular que no se toman las medidas que de verdad favorecerían al mundo rural, por eso es preferible hacer ruido y hablar del ruido antes que de las bocas cerradas y el vergonzoso silencio.

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