Opinión | Cielo abierto
El derecho, la escritura de la libertad
El derecho es la poesía más alta del ser humano. Esto dicho así queda muy bien, pero es verdad: lo que le confiamos al derecho es lo más alto, lo más vulnerable, lo más valioso y frágil, y lo más hermoso, que podemos vivir. Porque al otro lado del derecho sólo está la justicia privada, y el derecho permite la convivencia de hombres y mujeres iguales en derecho, con un principio de legalidad que hay que cumplir y con una presunción de inocencia que nos acerca a aquel precepto de Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que corrompe su espíritu. Sin embargo, sabemos que el mal también existe. Lo sabía Dostoievski en Crimen y castigo y lo sabía también la novelista norteamericana Harper Lee cuando escribió Matar a un ruiseñor. Hay un momento maravilloso, tierno y hondo entre ese abogado formidable, el gran Atticus Finch encarnado por Gregory Peck, en que le explica a su hija que hay muchas cosas malas ahí fuera, cosas que él, como padre, querría que ella no tuviera que conocer nunca, pero que, por desgracia, no puede evitarlo. Así que, como padre, lo único que puede hacer es advertirla de que el mal existe, y también prepararla. La película de Robert Mulligan es de 1962. Ese año se estrena también El hombre que mató a Liberty Valance, con el gran conflicto entre el hombre de leyes que encarna James Stewart y el viejo pistolero del oeste, con horizonte en los ojos, que siempre ha sido John Wayne, partidario de no dejar las cosas de los hombres entre los códigos legales. Es el choque que va a marcar el ocaso del viejo mundo y el comienzo del nuevo. Es el estallido que ya anuncia la civilización.
El derecho es la civilización. El derecho es confiar la justicia privada en manos del Estado de Derecho, que por eso no puede fallarnos. Porque necesitamos que el principio de legalidad sea efectivo para todos y que la igualdad ante la ley no se condicione a ningún interés. Porque al otro lado del derecho únicamente está el imperio del más fuerte, la violencia y el caos, algo que parece sobrevolar nuestro mundo presente. Y lo que entregamos es la vida, nuestros hijos, la familia, sueños y esperanzas, nuestras vocaciones, toda la belleza que guardamos. Porque el derecho es la escritura de la libertad.
Un mal poeta no puede ser un buen abogado, y un mal abogado no puede ser nunca un buen poeta. El derecho es la ciencia de lo posible, la poesía más alta, nuestra última verdad. Por eso ha sido para mí un gran honor acompañar, este viernes, a los nuevos abogados y abogadas de Córdoba, en la inauguración del Curso del Máster Universitario en Abogacía y Procura. Les deseo todo el éxito, la ilusión y el esfuerzo, porque en sus manos está nuestro derecho.
*Escritor
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