Opinión | Lo que pasa y pesa
Unas manos a las que agarrarnos
Ser humanos es sentir emociones que surgen de situaciones que no elegimos, pero que nos acaban definiendo. He reído la felicidad, he llorado la tristeza, he golpeado la rabia, he tambaleado en la incertidumbre, me he ocultado en la vergüenza... y, en todas ellas, he podido tener una mano a la que agarrarme.
Recordar que lo más humano que tenemos es la capacidad de necesitar y dejarnos necesitar es aceptar esa vulnerabilidad de la que hablaba, esa que, aunque no nos demos cuenta, nos mantiene en pie. Una comunidad que se abriga mutuamente consume menos y cuestiona más.
Es la contraposición del discurso social actual: uno que nos empuja a la autosuficiencia, al hiperconsumo como anestesia, al aislamiento como sinónimo de autocuidado y a la productividad como valor. Un discurso que nos hace creer que depender del otro es un signo de debilidad.
Como resultado, nos encontramos con una generación entera contándole sus problemas a la inteligencia artificial, pero que, paradójicamente, se siente cada vez más triste. Una generación obligada a renunciar al tiempo compartido con amigos porque la precariedad le lleva a aceptar trabajos que la explota. La generación que decora su mesita de noche con un bote de pastillas porque la ansiedad no le deja dormir. Una generación maltratada a la que le han hecho olvidar lo que es el cariño y lo que es ir despacio.
¿De verdad queremos renunciar a la intimidad de una conversación? ¿A mirarnos a los ojos y poder decir lo que las palabras aún no explican? ¿A caminar sin destino, solo por el placer de contemplar lo que nos rodea? ¿A teorizar y tratar de arreglar el mundo en una charla con amigos? ¿A escuchar a nuestro cuerpo, que nos suplica detenernos y descansar? ¿A vivir?
Me niego a pensar que sólo hemos venido a esto.
Cuando he sido más feliz, más creativa, más amable -conmigo y con los demás- ha sido precisamente cuando menos «útil» era a ojos del sistema.
Por eso, se trata de reclamar, de forma consciente, esos espacios de humanidad que el sistema intenta mercantilizar o borrar. No es autocuidado, es autodefensa. Es elegir ser humanos, lentos, imperfectos y, sobre todo, conectados, sabiendo que apostar por la interdependencia, celebrar que nos necesitamos y ofrecernos al resto como refugio, es hoy un profundo acto de rebeldía.
Y, ¿por qué no decirlo? Seamos rebeldes.
*Psicóloga
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