Opinión | No Ni Ná
Un kebab en la DKW
Los cordobeses de bien del Ayuntamiento, si tal cosa fuese posible, han decidido que tengamos, además, foodtrucks repartidos por la ciudad en las fiestas de guardar para que nuestro gozo sea completo. Y es que podían haber elegido montar aguaduchos, tenderetes, chiringos, chiringuitos. Puestos y paradas, inclusive, que de todo hay en el Diccionario y en el Tesoro, en el Panhispánico y en el de Autoridades, en el María Moliner. Pero no, carajo (fuck off), que tienen que ser foodtrucks. Porque nos gobiernan gañanes, pero con el B1 de colegio de pago.
Food es comida en la lengua de Bond, James Bond. Y truck, nuestra bella fregoneta. Se le pone encima a un caballero elaborando bocadillos de filetes rusos y, ea (la de cosas que caben en un ea, que dice la admirada Matilde Cabello), ya tenemos a un político de la era del crush. De los que hablan en tertulianés y dicen que es CEO, cuando apenas alcanza a encargao. La dilecta Irina Marzo propone formular las autorizaciones administrativas de la DKW, que también era marca de furgonetilla. De cuando España era España y no esto de ahora. Anterior, inclusive, a Antonio Hurtado.
Los de intramuros ya tenemos la fiesta completa, el fiestuqui global. Además de darle al tardeo en el afternoon, podemos coronar las Cruces (Crosses), Patios (Courtyards), Noches blancas (White nights), Magnas (Biggests) y similares (All that shit) con un kebab en el foodtruck acompañado de una yonquilata fresquita. Movida promovida por el Ayuntamiento (City council), que piensa tanto en las personas forasteras y tan poco en el vecino de la puerta o en el autónomo que paga local y contribución todo el año. Encantado va a estar ese con la novedad. Bellido, en adelante, será Embellished, Mayor Beautifully, Mister Wonderful.
Esta derecha de orden nos ha salido fiestera y anglófila por aquello de los másteres de la cosa del bisnes (business, folks). Ya lo decía Machado, Antonio, un señor que escribía (para los simples del foodtruck) en sus Campos de Castilla: «Gran pagano, se hizo hermano de una santa cofradía; el Jueves Santo salía, llevando un cirio en la mano -¡aquel trueno!-, vestido de nazareno». La cosa es que no quede fiesta sin honrar ni plaza sin orinar. Y, que no se diga, también nos ha salido políglota. Ergo, un poquito carajote.
Hubo un tiempo en que en el Ayuntamiento de Córdoba había personas formales. A la norma municipal de venta callejera de chucherías le llamaron Ordenanza de Arropías, que es cosa seria, con fondo, hispánica de novela realista. De concejal de levita y comisario de abastos. Y así hemos degenerado en foodtrucks para vender papas asadas en la DKW cuando, en fin, seguimos siendo del Bocadi hasta las trancas.
Traducid jeringo, malandrines. Con un par.
*Periodista
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