Opinión | TORMENTA DE VERANO
Halloween
Es la noche de los fantasmas pálidos y las brujas con sus dientes caídos y negros sombreros, de las telarañas enormes y las calabazas con ojos, de las guadañas afiladas... o al menos con esa banalidad nos lo quieren representar algunos. Hay postizos que mal se compaginan con las tradiciones seculares de nuestra cultura, aunque no tengamos a quien expulsar con ese motivo, como les gusta a los defensores de «ser como nosotros», a lo que habría que preguntarse ¿nosotros, cuáles? Pero no enredemos, que esto de mofarse de la muerte no es para broma.
La provincia se prepara desde hace días con talleres, festivales musicales, pasacalles y disfraces para celebrar estas usanzas. Las confiterías se nutren de «huesitos de santos» y las necrópolis se adecentan y preparan para recibir miles de visitas mientras los viveros y las floristerías hacen temporada alta. Si bien se van mezclando influencias muy dispares que van arrinconando al Tenorio de José Zorrilla aunque sigue sobresaliendo, una vez más, la puesta en escena del magnífico don Juan representado por el actor Juan Carlos Villanueva en los salones y patios del Palacio de Viana, en una experiencia que he podido compartir varios años y recomiendo.
La fiesta anglosajona nos resulta impostada y frívola, como un juego de niños que se queda en el disfraz y el manido «truco o trato» que se dibuja con un mimetismo ausente de sentido. Me gusta mucho más la celebración mejicana, en la que se reúnen los familiares en recuerdo de los seres queridos que marcharon, recuperando sus efectos personales y fotografías para ser acompañados en sus hogares de referencia y en los cementerios donde descansan. Fiesta emotiva y cargada de sentimientos profundos y sana alegría, que acompaña a ese fenómeno natural que es la mortalidad. Somos los únicos seres sobre la tierra conscientes de su propia finitud y con sentido de la trascendencia, si bien cada vez menos, me temo, en este mundo materialista tan ajeno al mundo del espíritu.
En general, un fenómeno oculto en la sociedad actual que se evita, en lugar de darle su espacio en los centros educativos, en las familias y en el conjunto de la sociedad. Aunque sin tratar de hacerlo negocio, se me antoja misión complicada. El «homo frágil» no está de moda, aunque lo seamos, frente a un «carpe diem» que se impone «como si no hubiera un mañana». Fechas para preguntarnos, en profundidad, cuál es el sentido de nuestro paso por este mundo y qué herencia vamos a dejar. Decía Platón que los seres humanos vivimos celosos de la inmortalidad. No en vano, un 32 % de nuestros paisanos querrían criogenizarse y un 22 % querría revivir como robot humanoide. Me quedo mejor con las palabras de Albert Einstein cuando afirmaba que nosotros, los mortales, alcanzamos la inmortalidad en las cosas que creamos en común y quedan después de nosotros. ¿Cómo te recordarán a ti, amigo lector? Para pensarlo.
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