Opinión | El cuerpo en guerra
El vacío de la palabra paz
Recuerdo que de pequeña en el colegio celebrábamos el Día de la Paz, el día de una paloma con un brote de hierba saliendo de su pico. Cantábamos en el patio junto a otras clases, hacíamos manualidades. Visto en perspectiva, me parece algo ridículo y vacío. Ni siquiera me habían explicado qué implicaba una guerra. No había visto ninguna más allá de en los libros de Historia.
Ahora la guerra está por todas partes: en la tele, en los periódicos, en los móviles mientras consultamos las redes sociales... ¿Qué pensarán nuestros peques al ver a niños como ellos llorando porque han perdido a su familia, tienen hambre, han destruido su casa o no pueden ir al colegio? No sé si habría que protegerles de esas imágenes o explicárselas, pero sin duda no creo que les pase nada por dibujar sandías en lugar de palomas.
No sé si todos estos avances los harán estar más preparados para cuando con sus propios ojos, conscientes de sí, se enfrenten a la guerra como yo lo hice cuando EEUU bombardeó Afganistán. Lo vi en directo por televisión. Me manifesté entonces, como lo seguimos haciendo ahora. Aún pedimos, rogamos desesperadamente paz, como hace decenas de años, y va Netanyahu y anuncia un supuesto acuerdo de paz que no ha cumplido ni un solo día. No han cesado los bombardeos, los asesinatos, el impedimento a la entrada de ayuda humanitaria... Y, por supuesto, las torturas a los palestinos retenidos ilegalmente. ¿A qué viene la foto de Trump con los líderes europeos dándole la mano al cómplice del genocida que se jacta de haber enviado sus mejores armas a Israel? Por si fuera poco, Israel ha anunciado ahora su intención de anexionarse Cisjordania.
El genocidio continúa, la usurpación, la impunidad. Qué ‘naif’ suplicar paz, hablar de paz, cuando no hay ningún movimiento político internacional que propicie llevar a los responsables de ello a la Corte Penal Internacional. No hay intención de que haya unos juicios equivalentes a los de Núremberg para estos genocidas y sus cómplices internacionales, europeos y estadounidenses.
¿De verdad tenemos que resignarnos a que no hay futuro para los palestinos, como tampoco para el pueblo saharaui (al que vendió Pedro Sánchez a Marruecos sin que aún sepamos por qué) o a que Rusia puede continuar bombardeando guarderías sin represalias?
¿Para qué enseñamos entonces a los niños a pedir paz? ¿Por qué mantenemos en nuestro vocabulario esta palabra si ya todo es vacío en torno a ella?
*Escritora
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