Opinión | Lo que pasa y pesa
Menos mal que cambié
Recuerdo las frases que escribíamos en las dedicatorias de los cumpleaños con la convicción de un juramento sagrado: «No cambies nunca», «Amigas para siempre», «Nunca nos separaremos», cuando éramos adolescentes.
Hoy, unos años más tarde, pienso en la ternura ingenua de esas promesas, pero también en lo que escondían detrás. Aquellas frases no hablaban solo de amistad; eran nuestros primeros mecanismos de defensa contra uno de los miedos más fundamentales del ser humano: la incertidumbre.
La intolerancia a la incertidumbre es un constructo psicológico relacionado con la tendencia a reaccionar negativamente ante la ambigüedad y la falta de control. Querer que un amigo «no cambie nunca» es una manifestación de esta intolerancia. Es un intento de buscar en el otro la certeza y la estabilidad que no podemos encontrar en el mundo.
Pero no podemos evitar el cambio, al igual que mientras estemos aquí, no podemos evitar vivir. Cambian las costumbres, cambian las normas, cambian los valores, cambian las modas... ¿Cómo no vamos a cambiar nosotros? Si una persona no cambiara, significaría que no ha (des)aprendido nada nuevo, que no ha sanado ninguna herida, que no ha superado ningún miedo, que no ha mirado dentro de sí misma y ha dicho «esto ya no es lo que quiero».
La ausencia de cambio no es permanencia e infinitud; es estancamiento. Es la repetición de los mismos patrones, la conversación con los mismos fantasmas. Y en aguas estancadas nunca ha fluido la corriente.
Madurar es vivir la transición de anhelar la permanencia a aceptar -e incluso buscar- el cambio. Cambiar también significa ser contradictorio. ¿Cuántas veces nos hemos sorprendido defendiendo algo que antes rechazábamos? ¿Cuántas veces sentimos que nuestras decisiones no encajan con lo que pensábamos de nosotros mismos? Puedo ser la sensible y la coraza al mismo tiempo. La que quiere irse y, a la vez, volver. La ajena al qué dirán, pero la que se limita por ello. La que se admira y se cuestiona. La independiente y solitaria y la que abraza, se acerca y quiere. La que empieza de nuevo, aunque se pregunte si llega tarde. Como escribió el poeta Walt Whitman: «¿Que me contradigo? Pues sí, me contradigo. ¿Y qué? Soy grande, contengo multitudes.»
Por eso, cuando alguien hoy me dice: «Has cambiado», siempre pienso: «Y menos mal».
Ojalá tú, que me lees, cambies y evoluciones, absorbas y reacciones a lo que te suceda y que también juegues y disfrutes del cambio. Porque para eso venimos aquí: para cambiar, a mejor.
*Psicóloga
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