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Opinión | Tribuna invitada

La paz trumpista

Seguimos para bingo en Palestina. Ahora Donald Trump reclama para sí el Nobel. El de la Paz. Lo raro es que no lo hayan pedido ex aequo con el premier israelí, Netanyahu, aliados y protagonistas de la más salvaje ofensiva militar sobre un territorio del que nadie puede huir. No es una guerra, para nada. Lo que se está viviendo es una matanza sin cuartel, una matanza como jamás se había visto en Tierra Santa. Ni el sumatorio de todas las guerras desde el siglo XX hasta nuestros días se ha llevado tantas almas. Antes de la II Guerra Mundial ya se prodigaban con esmero en el asunto de matarse, tras la Guerra de la Independencia en 1948 fueron a más, en el 56 por el Canal de Suez no se quedaron cortos, en el 67 por los recursos hídricos como telón de fondo más, en el 73 para paliar el desastre árabe del 67 ... y luego las guerras y escaramuzas en Egipto, en el Líbano, en Siria, en Jordania.

La infame cantidad de muertos de todas esas guerras no llega a la mitad de lo que se está perpetrando hoy sobre Gaza. Más la destrucción total, el hambre y la sensación de impunidad absoluta de Israel con el apoyo incondicional de la Administración de Trump.

Y ahora el presidente de la mayor potencia del mundo exige para sí, como colofón, ser premiado con el Nobel de la Paz. En otras circunstancias diríase que es un chiste de un guasón o puro sarcasmo. Y no. Lo plantea en serio. Es de traca.

Que hoy un tipo como Trump pueda reclamar para sí tal premio dice mucho del mundo que se nos viene encima. Tampoco es que la lista de premiados sea ajena a presiones de todo tipo. Ni que mucho menos todos los anteriores premiados sean incuestionables o que no tengan aristas. Pero la insinuación de dárselo a Trump da pavor. Es la medida exacta de la desfachatez, de un mundo que estaría dispuesto a premiar a los verdugos. La única paz que puede traer Trump a Tierra Santa es la de los cementerios a rebosar, la de una nueva nakba. La de la usurpación de tierras en Cisjordania hasta que los palestinos queden encerrados, hacinados, en grandes urbes prisión. Seguir hoy con la lata de los dos estados es mantener una falacia que cae por su propio peso sobre el terreno.

*Periodista

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