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Opinión | Miel, limón & vinagre

Tino Pertierra

Bruce Willis, la última pelea

La enfermedad ha sacado fuera de foco a la gran estrella del cine de acción que saltó a la fama gracias a la serie ‘Luz de luna’

Bruce Willis.

Bruce Willis.

Yippee-ki-yay... Una jocosa expresión vacía de significado con resonancias vaqueras se convirtió en boca de un Bruce Willis con los pies ensangrentados en seña de identidad gracias a La jungla de cristal. Y no es un capricho traerla a colación ahora que vive sus peores momentos (en 2022 se anunció su retirada debido a un diagnóstico de afasia y en 2023 se confirmó que su enfermedad evolucionó a demencia frontotemporal) porque definía muy bien el (des)encanto de un personaje con el que el actor irrumpió de forma inesperada en el cine de acción para convertirse en una de sus mayores estrellas.

Willis era un tipo de armas tomar pero se alejaba del prota-tipo extraduro y salvaje que habían puesto de moda otros colegas. Destilaba mucho sarcasmo Willis entre ráfagas de ametratratratralladora, y casi siempre terminaba maltrecho y dolorido. Nunca abandonó del todo el humor que le había lanzado a la fama gracias a Luz de luna, aquella serie que estiró mejor que ninguna la tensión sexual entre sus protagonistas: el socarrón David Addison y una frigorífica Cybill Shepherd como jefa, vaya par de detectives condenados a chocar y chocar y besarse.

Bruce Willis nació en 1955 en Idar Oberstein (Alemania occidental), hijo de una ciudadana alemana que trabajaba en un banco y un soldado de EEUU. No tiene muchos recuerdos germanos porque a los dos años el escenario familiar cambió de aires y baby Bruce pasó a vivir en Nueva Jersey. No fue una infancia feliz y tal vez eso podría explicar que Willis haya aceptado varios proyectos de niños con problemas. Primer impacto: el divorcio de sus padres. Segundo: en la escuela sufrió problemas de tartamudez que requirieron tratamiento profesional. Pero lo que más le ayudó fue subirse a un escenario y ponerse a prueba. Superada.

Tengan paciencia: el éxito no llegó tan rápido. Primero tuvo trabajos de lo más variado, como camarero e investigador privado. Una señal del destino. En Nueva York ya se fue dando cuenta de que interpretar le gustaba, aunque sus primeros pasos no fueron precisamente brillantes: hizo de extra en 1980 en un discreto policiaco de Frank Sinatra y se curtió en teatro. Con paciencia y cámara lenta se le puede buscar en un capítulo de Corrupción en Miami. Entonces se encendió la luz. Y de qué manera. Se presentó a un casting para el papel de David Addison en Luz de luna (1985–1989). Y le cogieron entre 3.000. Esas cosas ocurren a veces.

Un galán ocurrente, molón y elegante. Blake Edwards, apreció su vis cómica y le fichó para Cita a ciegas, una comedia junto a Kim Basinger en la que Willis dio la talla. Para sorpresa de todos, alguien pensó en él para La jungla de cristal (Die Hard, 1988), que daría lugar a una serie de secuelas de calidad decreciente. Willis, que también hizo sus pinitos como cantante, sangraba a golpes y a tiros, se quejaba y sufría problemas conyugales severos. Lo pasaba mal pero nunca perdía el humor. Y no olvidemos mencionar la importancia que tuvo para el personaje el doblaje de Ramón Langa.

A partir de ahí se hizo un adicto al trabajo. Grandes superproducciones como Armageddon o El quinto elemento. Estuvo casado con la actriz Demi Moore (1987–2000). Tres hijas en común. Luego se casó con Emma Heming en 2009, con quien tuvo dos hijas más. Dicen que es republicano de corazón (o de cartera) pero él siempre se ha declarado apolítico. Claro: McLane no se fía de nadie. Se tomó con humor su calvicie y en lugar de recurrir a peluquines la lució pronto y sin cortarse un pelo. Hizo películas en las que los directores le sacaron lo mejor, siendo conscientes de que su repertorio no es muy variado (en Pulp fiction como Butch, el boxeador que se rebela contra la mafia; El sexto sentido, donde implantó el spoiler más gigantesco desde Psicosis; Ni un pelo de tonto, Looper, Sin City...) y aceptó riesgos como Doce monos.

También se la pegó con El color de la noche, La hoguera de las vanidadesy, sobre todo, con El gran halcón. Gracias a la injustamente denostada El último Boy Scout se hizo amo del cine de acción que lleva su sello: un perdedor entre balas y bilis conyugales, mal hablado y, una vez más, apaleado y tiroteado sin pausa. 

Con El sexto sentido, Willis mostró desde la gravedad y un espíritu trágico que aún podía llenar la pantalla de carisma, pero su carrera empezó a ir cuesta abajo sin frenos cuando empezó a aceptar trabajos infumables que ni siguiera llegaban a las salas.. En 2022 hizo un sinfín de peliculitas de ese tipo. Toma el dinero y corre. «No me importa si muero, pero voy a morir peleando», advierte John McLane en La jungla de cristal». En fin. Yippee-ki-yay, Bruce.

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