Opinión | Infantilización

No soy una niña

«¿A qué huelen las nubes?», se preguntaba un famoso anuncio de compresas hace más de 25 años. La pregunta venía envuelta en una estética de cuento de hadas, música suave, nubes flotantes y adolescentes corriendo por un prado. Era el mundo ideal de la menstruación: sin sangre y sin dolor. Todo muy azul, muy etéreo, muy absurdo. Pero, sobre todo, muy infantil. Han pasado más de dos décadas y, aunque ahora la sangre en los anuncios por fin es roja, su tono sigue igual o peor. Ridículo y condescendiente. Hace poco, una conocida marca lanzó un ‘spot’ donde tres mujeres adultas se comportan como niñas, cantando y bailando: «¡Contrae, relaja, contrae, relaja!». El anuncio va dirigido a mujeres de mediana edad, pero nos hablan como si tuviéramos diez años. Tratan el tema de las pérdidas de orina con una ligereza que roza lo insultante. Y aquí va mi apunte como divulgadora sexual: si haces ejercicios para fortalecer el suelo pélvico, si de verdad contraes y relajas a conciencia, probablemente no necesites una compresa ni nada que se le parezca. Por lo tanto, el ‘spot’, además de ridículo, es contradictorio y manda información confusa. Pero claro: decir la verdad no vende. Lo que parece que vende es mostrar a una mujer que se mea encima y lo celebra, encantada de haberse conocido. Pues mira, no. Ya no compramos. Ni el discurso, ni las compresas. Porque esa forma de hablarnos no solo es anticuada, ¡es ofensiva! Nuestro dolor se minimiza, nuestra experiencia se infantiliza y nuestras decisiones se cuestionan.

Sacamos humanos por nuestras partes íntimas, pero se nos tiene que explicar todo como si fuéramos nosotras las que acabamos de nacer. Desde cómo sangramos hasta cómo aparcamos el coche. Porque esta es otra. ¿No os pasa que estáis aparcando y aparece el ‘señoro’ de turno dando instrucciones, como si fuera un figurante de ‘Top Gun’? «Gira, gira... yo te guío». No, señor. No necesito coreógrafo. Aparco mejor que usted. Y cuidado con poner un pie sola en Leroy Merlín, que es como activar un protocolo de emergencia. ‘Señoros’ brotando de detrás de las tuercas, ansiosos por explicarme cómo se cambia un grifo o se usa un taladro percutor. Aunque les expliques que has cambiado el parqué de tu casa, ellos no te abandonan. Y nuestro ‘chiquipark’ de referencia se encuentra en la sala de máquinas del gimnasio. Ese territorio que hasta hace poco parecía solo apto para machos alfa en camiseta de tirantes. Ahora llegamos nosotras, sin preguntar cómo se colocan las pesas, y nos ponemos a entrenar. Noto la tristeza en sus ojos. Les explota la cabeza al ver que una tía sabe hacer peso muerto sin romperse y sin necesidad de sonreír. O cuando se cuelga el ordenador en la oficina, y el ‘compi’ se acerca con aire de Sherlock Holmes y afirma: «Algo habrás tocado». Es la misma energía que cuando se va la luz en casa y preguntan si la niña ha tocado algo. Y el colmo de la infantilización viene cuando una mujer viaja sola por el mundo. Se convierte en una mujer pisando un campo de minas de tipos diciéndole lo que tienes que hacer, hacia dónde tiene que ir y avisándola de los peligros con los que se va a encontrar si sigue sola. ¿Pues sabéis qué? Yo soy de las que sigue adelante y sola si me apetece. ¿Por qué? Porque puedo. Porque no soy una niña.

*Periodista

Tracking Pixel Contents