Opinión | Calma aparente
Calor sucio
Una turista abre una sombrilla de mano y un niño la señala con la boca abierta y mira a su padre. Un perro desobedece a su dueño y, de un salto, se mete en la fuente. Una señora, con la mirada perdida, se abanica en una terraza, bajo un soportal. Los últimos en refugiarse cruzan al trote la plaza. Las sombras escasean. Los alcorques siguen ocupados por muñones de madera muerta. Dicen que el verano acaba de empezar, pero el calendario miente. Los hay que creen que las altas temperaturas son más soportables cuando no hay humedad, pero basta pisar la calle para tomar conciencia del peligro. El confinamiento parcial no es sino instinto de supervivencia. Ha llegado el calor, y la ciudad suda churretones de orín.
Las jornadas de cuarenta grados tienen sus consecuencias, como exasperar a cualquiera o evidenciar lo que pudo hacerse y no se hizo. El otro día escuché estas palabras: «Haces preguntas de cordobés, que preguntas lo que ves». Sería muy de aquí, por tanto, ir por la calle paseando y preguntar: «¿No está la ciudad llena de mierda?». Si esto responde a nuestra idiosincrasia, me sorprende aún más que nuestros gobernantes no atiendan a lo que se ve, a lo que tenemos delante, a la mugre y la falta de sombra. Al parecer, la suciedad es el resultado de la responsabilidad ambiental. Para ahorrar agua, ya no se baldean las calles como antes. El futuro es la naturalización, que consiste en transformar fuentes y estanques en charcas y humedales, que trasladan una imagen de abandono manifiesto pero, a cambio, reducen la cantidad de mosquitos en la ciudad. Debemos estar ahorrando muchísima agua, y no se puede negar que eso suena muy bien; sin embargo, huele fatal. Recuerdo que, la primera vez que mi suegro visitó Córdoba, destacó su limpieza; ahora guarda silencio. Es una lástima que responsabilidad y limpieza no rimen.
Quizá esté desvariando. El calor nubla la mente, y empiezo a dudar de mis pensamientos. De hecho, visité el jueves pasado el recién inaugurado Templo Romano y salí de allí muy confuso. Después de años de puertas cerradas, la expectación era tremenda. Pero lo cierto es que, al salir, me sobrevino una sensación de perplejidad. Lo que se veía desde dentro era lo mismo que se veía desde fuera; es decir, entrar y no entrar se me antojó lo mismo. Seguro que estaba delirando. Si me hubiese parado a escuchar al guía, la historia hubiese sido otra. El problema es que allí tampoco había sombra, así que tuve que huir del chaparrón de calor. Las visitas veraniegas ya están disponibles para los héroes. Yo volveré en octubre.
*Escritor
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