Opinión | NO NI NA
El arte de putear
De todos los libros codiciados, probablemente sea Arte de putear, un opúsculo de Nicolás Fernández de Moratín (el padre de Leandro, el de El sí de las niñas), uno de los que provoca más salivación de la crítica literaria. Prohibido por la Inquisición al poco de ser compuesto, en torno a 1770, se le atribuye también el título de Arte de las putas en su condición de elogio de la praxis del carnal (y machista, explotador, etcétera) comercio. Los expertos saben que circuló manuscrito o impreso bajo mano porque se conservan escasos ejemplares, uno de los cuales se depositó a Dios gracias, con perdón, en la Biblioteca Nacional de España. Como idea para el nuevo director de la Feria del Libro, Salvador Gutiérrez Solís (enhorabuena, compadre), se puede organizar una mesa titulada Las putas y las letras. Auguro cierto interés en la materia.
No se imagina uno a Ábalos o al tal Koldo leyendo los versos del egregio padre del neoclasicismo hispánico, contertulio de Cadalso, en los ratos que le dejaban tanto palomino como caía en el plato. Conviene, sin embargo, la media sonrisa si caemos en la cuenta de que el puritanismo progresista, en estos días aciagos de consumo de orfidales, ha acordado que merece más condena que los encausados arrimasen cebolleta previo pago (con su dinero de usted, amable lector) a que robasen del erario a manos llenas, como se deduce de sus intervenciones grabadas e indicios conexos. O sea, que el problema es que eran puteros a fuer de ladrones y no viceversa. Acabáramos.
Santos Cerdán -gran nombre e insuperable apellido para un personaje novelesco- ha caído con estrépito, tal y como preveían desde hace semanas todos los implicados salvo, al parecer, los que trabajan en la Moncloa, esos linces ibéricos. La mierda, ya se sabe, tiene la mala costumbre de oler. Y se han generado todo tipo de contorsiones hasta el punto de que los masajistas titulados, los de verdad de la buena, han de estar ocupadísimos en estos días con tanta contractura como puede leerse. Corrupción a la vieja usanza, vintage que se dice ahora, de comisiones, gambas y, sí, también colipoterras, rabizas e izas. Por lo visto, ya lo decía Carmen Calvo (entre otras muchas cosas).
Esto se ha acabado, chimpón. Y estaría mejor que bien que al presidente del Gobierno dejaran de maquillarlo como a Bela Lugosi (esos pómulos, pardiez), llamase a las urnas y que sea el pueblo soberano quien elija al siguiente presunto cliente del servicio. Porque ya no se pide que no puteen o que roben poco, qué va. Al menos, que le hagan caso a Moratín padre y lo hagan con arte, adornándose en las suertes. Los muy marranos, explotadores, machistas y etcétera. Que quede clara la condena, no vayan ustedes a pensar que aquí se toleran según qué cosas.
*Periodista
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