Opinión | Hoy
Amigos ortográficos
Como siempre, un refrán es fruto de muchas experiencias en la vida. Hoy me refiero al que dice: «Quien tiene un amigo tiene un tesoro». Yo, en estos tiempos en los que aflora la podredumbre, puntualizaría: Quien tiene un verdadero amigo, ya que, en estos tiempos podridos, puedo asegurarles que poseo el tesoro inapreciable de amigos verdaderos, con la solera que da toda una vida y en tantas circunstancias. Y me preguntaréis a qué viene este panegírico sobre la amistad y sus corrupciones. Pues a que en mi artículo de la semana pasada se me deslizó un error, un lapsus; una, en fin, falta de ortografía, o, como yo decía, recordando al asnito Platero en mis años de maestro de escuela, una falta de asnografía. Escribí «haber» por «a ver». Y pude constatar que la amistad se extiende hasta el hecho de poseer amigos ortográficos. Mi amigo Paco Aguayo, catedrático de francés, pero, sobre todo, humanista; mi amigo Antonio Vidal, científico, pero, sobre todo, humanista, con exquisita ternura y discreción, en intimidad, me hicieron ver mi metedura de remo asnográfico. Y estoy seguro que muchos más vieron el error. Yo, por supuesto, se lo agradecí encarecidamente, pues he orientado mi vida y mi trabajo a la voluntad de estar siempre aprendiendo, siempre. ¡Pobre de mí si caigo en la continua tentación de la continua vanidad!; una tentación a pedir de boca en artistas, profesores, intelectuales y otras hierbas. Mis excusas al respetable. ¿Qué puedo alegar en mi justificación? ¿Que cerca de mí pasaban esos días los exámenes de la Selectividad? ¿Que a las cuatro de la madrugada vienen todos los lapsus? ¿Que mi teclado falla porque es un teclado sin nada de esa señora llamada, en vez de María, IA a secas? ¿Que a ver si escribo bien tras haber escrito tanto? No. Siempre trabajo la honradez. No tengo tiempo ni energías para andar manteniendo mentiras y dislates. Para mí es más fácil, más cómodo y más educativo aceptar la verdad de los hechos, y eso que hubo un tiempo en que fui maestro, y eso que estudié en la escuela de la letra con sangre entra, de guantazo y tente tieso y nada de admitir un porcentaje de faltas de asnografía; y eso que tuve la suerte de no estudiar en la granja de asnos no Plateros, de la Logse, y eso que tuve la inmensa suerte de ser hijo de mi padre, que habrá sonreído en el cielo, porque se sabía de memoria la Ortografía de don Luis Miranda Podadera, y me corrigió tantas veces, no sólo señalándome la falta, sino recordándome la regla para que la aprendiese. Y, al fin y al cabo, palpo una vez más que el Universo ha seguido tan campante, que la corrupción sigue tan campante, y, sobre todo, que sigo siendo humano.
*Escritor
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