Opinión | Al paso
Gloria bendita
Terminó, por fin, la feria. Se diría que esta expresión sería realizada por aquellos a los que no le gustan los bullicios, ni la que se lía en Córdoba por mayo. Pero no, créanme que eso lo decimos a los que nos gusta la feria una ‘hartá’ y hacemos un paréntesis para disfrutar de nuestras tradiciones: flamenco, jamón, vino, caballos y bien vestir. Pero ya terminó y hay que ponerse las pilas para currar. Porque Andalucía es muchísimas más cosas que la feria está clarísimo. Aquí hay mucho currante, mucha genialidad, mucho sacrificio, mucho levantarse temprano, mucha laboriosidad, aparte de disciplina, vanguardismo y brillantez. Porque lo cortés no quita lo valiente. Pero la feria es nuestra tradición madre. Y hay que ir aunque sea una hora, te guste o no, si eres andaluz. Por eso mismo quiero dar un toque de atención a la peña para que no deje atrás nuestra esencia. Porque no se equivoquen: sin andalucismo, la feria es una tremenda vulgaridad. Pero con el andalucismo por delante todo eso se anula sencillamente porque el andalucismo endulza al ser humano y lo educa. Por eso, ¡no olvidemos la tradición que hace a nuestra feria un acontecimiento cultural. El andalucismo es gloria bendita. Pero, mucho me temo que por catetismo o, como decían los antiguos, «por dárnosla de ‘moernos’» nos estamos vendiendo a usos antiandaluces. Y el resultado es que, en muchísimas casetas, no hay clase, ni hay educación ni hay arte, que solo hay alcohol, drogas y demás vergüenzas del ser humano. Si no me creen, la prueba es esta: díganme en cuantas casetas podías entrar tranquilamente con menores para que disfrutaran del arte de su tierra y mamaran ese andalucismo que digo; muy pocas. Por déficit de andalucismo, los peques tenían que estar en la calle del Infierno porque las casetas, ante tanto ruido y tanta gente bebiendo como en discotecas de fines de semana, no era para ellos. Y donde no hay niños no hay futuro. Y hablando de gloria bendita, precisamente, he disfrutado de esa caseta que lleva ese nombre. Esta gente compatibilizaba el negocio con la parte más bonita del alma andaluza. De hecho, es la única caseta donde he visto un fiestón por bulerías y donde, además, no se clasificaba en la entrada a la gente por asquerosos patrones sociales, sino por aforo y punto (normal que para el aforo primero se cuente con los socios, que para eso la pagan). Es más, que, viendo a esta caseta y a muchas otras, nos estamos hartando del ‘chin pum chin pam’ y el andalucismo está volviendo. Y eso, para mí y para muchos, es una eterna y andalucísima satisfacción. Y por eso yo y mucha gente damos las gracias a esas casetas andaluzas que hacen que la Feria no sea una multitudinaria quedada de borrachos, sino que, aun bebiendo alcohol, gracias al saber estar tradicional, sea explosión de educación, alegría y arte.
*Abogado
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