Opinión | Cosas
La zona de confort
Tenemos saturado el calendario de hojas de celebraciones -este domingo, sin ir más lejos, se celebró el día del orgullo friki-. Déjenme un hueco para otras dos. Este año se conmemora el 30 aniversario de hechos supuestamente distantes, pero no tan distintos: la promulgación de la ley de prevención de riesgos laborales, y la publicación de Inteligencia emocional, el libro de Daniel Goleman que desinhibió a las emociones para vindicarse en las condiciones de trabajo. Goleman animaba a salir de nuestra zona de confort como parte esencial de nuestro desarrollo profesional, algo tan antiguo como el hilo negro. Ya lo hicieron los primeros homínidos al bajarse de las ramas, o los Trece de la Fama que acompañaron a Pizarro en la conquista del Perú.
Difícil esa prédica, pues el común de los mortales aspira a tejerse un colchón de seguridad. Ansiamos en el parchís alcanzar nuestro casillero, igual que para huir de una cruenta justicia el perseguido se acogía a sagrado; o las claustrofóbicas peripecias del señor Assange, que durante siete años deambuló por la embajada ecuatoriana en Londres como un fantasma viviente. La inmunidad es la capa mágica a la que aspiramos frente a los recargos de lo vivido y de lo venidero. Ya no hay agua bendita en las pilas de las iglesias, pero barnizamos nuestra tabla de salvación con la etimología del medievo. Se busca el aforamiento casi con la mística obcecación de quien rastreaba el Santo Grial. El caso de Miguel Ángel Gallardo demuestra que la condición de aforado cotiza hoy más que el patrón oro. Al presidente de la Diputación de Badajoz se le ha ahuecado un escaño en la asamblea extremeña gracias a la generosa inmolación de una compañera de partido y las cuatro súbitas renuncias de quienes le precedían en la lista; una lista que ha corrido más que la bolsa del SAS. Todas las presunciones del mundo, pero difícil de entender que esa súbita incorporación como parlamentario no guarde relación con el caso de David Sánchez Castejón.
No hay indicios delictivos en este apresuramiento, pero sí una gruesa precipitación que desvirtúa la imagen del servidor público; alejada del ideario del capitán del barco ante el naufragio y más apegada al pomposo y huero «marchemos todos juntos...» de Fernando VII. Aforarse es revestirse de una vía especial de encauzamiento, circunstancia más que fundamentada por la dignidad del cargo representativo, pero que se ha ido devaluando por esa saturación de activaciones que achica la impronta sacrificial del representante público y entronca más con conceptos peyorativos, como blindaje o privilegio. Es posible que Gallardo haya hecho algún curso de inteligencia emocional, pero a ver quién es el guapo que lo saca de su zona de confort.
*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor
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