Opinión | COSAS
Amarillo
Alcatraz se ha vuelto a poner de moda gracias a la enésima ocurrencia de Trump. Quiere recuperar ese presidio cuya contrastada leyenda hablaba de una isla franqueada por fuertes corrientes y infestada de tiburones, de la que era imposible escaparse; con esa excepción a la regla cuya historia protagonizó Clint Eastwood.
Uno de sus prisioneros más famosos fue Alfonso Capone, paradigma moderno de nuclear el punto débil en la insignificancia o en aquello que por desdén consideramos una nimiedad. En el caso de Capone, no pisó el talego por alguno de sus renombrados crímenes, sino por una cuestión fiscal. Ese descuadre con Hacienda fue para este capo lo que el talón para Aquiles o la hoja pegada en la espalda que le impidió a Sigfrido una completa impunidad al bañarse con la sangre del dragón.
Para sus detractores, sería paradójico que el sanchismo encaminase su final precisamente porque sus periferias contribuyeron decisivamente a la combustión de su relato. A los que reclamamos una televisión pública de calidad pueden tildarnos de estirados -ya ni siquiera de afrancesados pues incluso para muchos se están diluyendo estas connotaciones-. Esta exigencia no supone inexorablemente una proclama elitista, pues este servicio público debe contentar las demandas de todos los públicos. Pero el miedo a significarse puede suponer la omisión del tragaldabas, y acatar por los medios catódicos toda clase de espantos.
Belén Esteban puede ser la princesa del pueblo, pero desde luego no es mi princesa. Ni ella ni su corte me representan, y la legitimidad de su insustantividad debe rendir cuentas, pues se sufraga con el erario público. Comprendo el resquemor de muchos profesionales del ente público por encontrarse con un escoramiento de sus funciones por dar relevancia a un programa que hace cátedra con la más insulsa frivolidad.
El gran miedo de la derechona era que la manipulación televisiva llegase con sesudos debates sobre Gramsci, Rosa Luxemburgo, los sóviets o la dictadura del proletariado. Pero ha bastado con la Esteban vestida de Dorothy para mandar a hacer puñetas una buena factura televisiva por el camino amarillo. Salvo que precisamente sea eso, el amarillismo, lo que quiere camuflarse con ese modelo.
*Graduado en Derecho, Ciencias Ambientales y escritor
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