Opinión | Cielo abierto
El mundo necesita a León XIV
A Robert Prevost la vida le ha salido el encuentro seguramente cuando lo necesita. No sabemos el Papa que llegará a ser, pero sí el Papa que necesitamos: un hombre de fe por encima de grietas interiores, con su camino abierto hacia la búsqueda de Dios. Camino abierto que es camino unido, para un hijo de San Agustín. Sólo con leer sus ‘Confesiones’, más allá de esa fuerza novelesca, entendemos el brío redentor de la fe, la del hombre que sabe salir al encuentro del misterio propio de su vida cuando el mundo le pide, con voces silenciosas, una transformación. Esa voz silenciosa es el pulso divino, ser la última piedra y también la primera, afrontar el presente con un hambre de Dios que se parece mucho a ese hambre de Dios unamuniana, pero que se sitúa en el instante decisivo del mundo en que una voz contiene la presencia de 1.406 millones de creyentes: el 17,67% de la población mundial. Eso también es el catolicismo: hombres y mujeres que ahora tienen su Papa en Robert Prevost, que desde su suburbio en el sur de Chicago ha llegado a la silla de San Pedro pasando por Perú, que ha escrito varios tuits en contra de las políticas migratorias de Trump, pero es tan norteamericano como Francis Scott Fitzgerald o Eliot Ness, aquel agente de policía que lideró a los ‘Intocables’ en la ley seca y frenó a Al Capone en Chicago.
‘Habemus papam’ es tener un padre, tener un Santo Padre. Estamos en la hora decisiva, y hay diversos frentes que requieren un interlocutor que nos haga sentir que la bondad también puede vencer. De Robert Prevost sabemos lo suficiente para creer en él: es matemático y tiene la relevancia del origen para mirar de frente y conocer al primer mundo, pero llegó a imantarse tanto con Perú que al final recibió su nacionalidad. Es decir: conoce el arco infinito del barro al rascacielos, y ha elegido llamarse León, como León XIII, que nos dejó en la encíclica ‘Rerum Novarum’ un mensaje de esperanza social.
Cada trabajador debe recibir un salario que le permita vivir con dignidad, cada época requiere su visión evangélica sobre los elementos y toda alma deambula, por acción u omisión, en busca de su propio amor de Dios. Robert Prevost elige llamarse León XIV en la continuación de un linaje. No es sólo el sucesor de Francisco, sino el de San Pedro. Atrapado en Burgos por la guerra civil, Manuel Machado encuentra su propia redención leyendo las ‘Confesiones’ de San Agustín. El mundo tiene ahora un Santo Padre agustino ante las playas de las injusticias, y nos ha recordado lo que necesitábamos saber: que un padre verdadero se ocupa de sus hijos, y que el bien prevalecerá.
*Escritor
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