Opinión | Para ti, para mí

CÓRDOBA

El esplendor de la Resurrección

La Semana Santa no termina en un sepulcro, ni las hermandades y cofradías cierran sus puertas tras la procesión del Resucitado. Todo lo contrario. En la noche de una humanidad golpeada y lacerada por el mal, se enciende un cirio que denominamos como ‘Cirio pascual’, símbolo y presencia de Jesús resucitado, en medio de nosotros. Desde aquella noche silenciosa y sin testigos, la carne humana está sembrada de una vida que no se acaba; nuestros sufrimientos se iluminan de vida, como el grano de trigo podrido en la tierra; nuestras alegrías, pequeñas o grandes, tienen la certeza en la fe de un gozo sin fronteras; y nuestra muerte ha perdido su último aguijón porque es ya promesa de resurrección. A la vigilia pascual, celebrada en los templos, con la bendición del fuego y del agua, sucede hoy la Pascua de Resurrección, que el papa Francisco nos ha descrito admirablemente: «No es una fantasía, la resurrección de Cristo no es una fiesta llena de flores. Eso es bonito, pero hay más. La resurrección de Cristo es el misterio de la losa abierta que acaba siendo el fundamento de nuestra existencia. ¡Significa que Cristo ha resucitado!». En los textos evangélicos que nos acercan a la resurrección de Jesús, ocupan un puesto privilegiado las mujeres. Ellas habían permanecido fielmente al pie de la cruz. Habían observado dónde era sepultado apresuradamente, antes de que se apagara el último clamor de la tarde del viernes. Y el primer día de la semana, pasado ya el descanso del sábado, se apresuran a volver al sepulcro para completar los ritos funerarios. Leemos la escena del «sepulcro vacío», según san Juan, que da inicio a una secuencia progresiva de escenas: aparición a María Magdalena, aparición a los discípulos y, por fin, a Tomás, quien se resiste a creer. María Magdalena es la primera en ir, ella sola, el primer día de la semana, muy de mañana y se encuentra con que la losa está quitada, pero no entra. Regresa a la ciudad y se lo comunica a Pedro, que juntamente con Juan, «saldrán corriendo» hacia el sepulcro. El discípulo que corre más que Pedro es el que primero «vio y creyó». Le bastaron los lienzos tendidos, el sudario y la ausencia del cadáver para darse cuenta de que en el Señor se había cumplido su promesa de resucitar de entre los muertos. Se trata de saber mirar más allá de lo evidente. Lo que se ve no es suficiente. Quienes acuden al sepulcro han amado a Jesús y ese amor, el recuerdo de su persona y las Escrituras les van guiando a creer, aunque hay finalmente un salto de fe que es preciso dar. Cada discípulo lo irá dando a su momento, configurando así una comunidad creyente. Dietrich Bonhoeffer comentaba con radicalidad poética la resurrección: «No será el arte de hacer el amor, sino la resurrección lo que dará un nuevo viento que purifique el mundo actual. ¿Cómo es posible que los herederos del gozo de la resurrección no lo lleven en sus rostros, en sus ojos? ¿Cómo es que, cuando celebran sus eucaristías, no salen de sus iglesias oleadas de alegría?».

La imagen del Resucitado y María Santísima Reina de Nuestra Alegría pondrán hoy ese «broche» de esperanza infinita en nuestras calles, desde la orilla de fe que «arrulla» multitudes en esta hora apasionada de la historia. «¡No tengas miedo, resucitó!», nos dice también el Papa. Un teólogo de nuestro tiempo escribe: «Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en esta Iglesia habita el Resucitado. Por eso, aquí tienen sentido los versos de Antonio Machado: «Creí mi hogar apagado, / revolví las cenizas... / me quemé la mano». La historia sigue. El cristiano sabe que Dios está en el sufrimiento. Conoce también su última palabra. Por eso, su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza, esperar la victoria final de la justicia de Dios. Hoy, el rumor infinito de tres versos: «Verdaderamente esto nadie supo aclararlo: / si Él resucitó porque era primavera, / o si era primavera porque Él resucitó».

*Sacerdote y periodista

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