La cena pascual

«Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no volveré a comerla hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios». Jesús nos invita a conmemorar el acontecimiento donde manifiesta la plenitud de su vida y amor hacia nosotros, la Eucaristía, culmen de la vida del cristiano.

En aquella tarde santa, Jesús reúne a sus discípulos para celebrar aquella cena pascual en la que el pueblo recordaba la acción liberadora de Dios. Para los discípulos será su última Pascua judía, y la primera Eucaristía donde el cordero pascual es ahora Cristo mismo que entrega su cuerpo y sangre que se convierte en verdadera comida y bebida hasta que el Señor vuelva y nos lleve definitivamente con Él. Un gran acontecimiento, recibir en su cuerpo y su sangre a Dios mismo.

En esta cena manda a sus apóstoles seguir celebrándola, invitándoles a hacerlo en memoria suya, instituyendo el sacerdocio para perpetuar la Eucaristía. Como dice el prefacio de la misa crismal: «Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforte con tus sacramentos». Por ello, es un día para pedir al Señor que siga enviando obreros a su mies y orar por la fidelidad de los ministros para que vivan y actúen conforme al corazón de Cristo.

En esta cena recibimos un mandato: «Que os améis unos a otros como yo os he amado». El Señor nos ama con un amor que nos llamó a la vida y que Él mismo se entrega en la cruz para que hagamos verdad ese mismo amor y así convertirnos en surtidores de esta gracia. 

En esta cena Jesús nos enseña cómo hemos de hacer esa entrega. Actuar siempre con espíritu de humildad. Como decía San Juan Bosco: «·Con las obras de caridad nos cerramos las puertas del infierno y nos abrimos el paraíso».