Opinión | El trasluz
Barrer para casa
Al votante medio le gusta la previsibilidad hasta que la previsibilidad se vuelve aburrida o escasamente productiva

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / EP
La aleatoriedad implica que las cosas ocurren sin un patrón predecible o sin causa aparente, mientras que el determinismo sugiere que todo evento sigue reglas que permiten predecir los resultados. La vida humana se mueve entre estos dos opuestos que quizá, al final, se complementan. Si arrojo un dado de seis caras sobre el tapete (como Dios sobre el mundo), el resultado estará entre uno y seis, sin que sea posible adivinar cuál de estos números saldrá. Pero si dejo caer una piedra desde la ventana, las leyes físicas determinarán en qué momento llegará al suelo. Y cada vez que repita el experimento en idénticas condiciones obtendré los mismos resultados. Algunos políticos se venden como previsibles porque el determinismo es una fuente de paz. Si antes incluso de venir al mundo mi destino está marcado, qué más da qué haga esto o lo otro. El destino te quita libertad, pero te aligera de la responsabilidad. Al votante medio le gusta la previsibilidad hasta que la previsibilidad se vuelve aburrida o escasamente productiva.
Lo previsible, en estos momentos históricos, es que la mayoría de los jóvenes no logren, tras acabar los estudios, conseguir un trabajo estable y decentemente remunerado. Tampoco tendrán acceso a una vivienda porque los poderes públicos (al servicio de los fondos de inversión) han ido reduciendo de forma paulatina esta posibilidad no solo vendiendo a los buitres los pisos de protección oficial existentes, sino dejando de construirlos a conciencia. A conciencia, es decir, sabiendo lo que hacían y disponiendo de datos según los cuales, a estas alturas, disponer de un domicilio propio o al alcance de un alquiler normal resultaría imposible.
La previsibilidad (o supuesta previsibilidad de los políticos) ha dejado de resultar atractiva porque la gente ya sabe hasta dónde se puede llegar con ella aquí o en América. De modo que el contribuyente se ha dicho: probemos, pues, lo aleatorio. La llegada al poder de Trump y de Milei, por poner dos ejemplos, nace de este afán por vivir nuevas experiencias. De Trump y de Milei se dice que son imprevisibles. Bueno, al primer golpe de vista, sí. Pero más en las formas que en el fondo. En el fondo, barren para su casa, que ni de lejos es la nuestra.
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