Opinión | Cielo abierto

El libro de la vida

Todo lo que tenemos en las manos es un tiempo de vida. Tenemos esas páginas en blanco antes de escribirlas, porque llega un momento en que leemos una historia, la nuestra, al saber que hemos vivido. Le ocurrió a Robert Redford dirigiendo El río de la vida. La película, sobre la autobiografía de Norman Maclean, narra cómo no siempre podemos salvar a los que amamos; sobre todo, de sí mismos. Maclean, al escribir, quiso regresar al paraíso al recordar su crecimiento en Montana, con su padre, un severo pastor presbiteriano con quien su hermano y él únicamente se comunicaban cuando los tres iban a pescar al río. Redford convenció a Maclean para adaptarla porque esa historia también hablaba de él, de su juventud, de los sueños que tuvo y aquellos que le fueron arrancados por el camino. El papel del joven hermano de Maclean, siempre en torno a un mundo de violencia y abismo y gran pescador con mosca, lo interpreta un muy joven Brad Pitt. Y es Pitt quien cuenta que, en una pausa del rodaje, hablándole sobre el personaje, Robert, que entonces tiene 55 años, súbitamente se queda callado. Es un atardecer en una carretera de Montana. Redford está evocando sus recuerdos para hacerle ver al debutante Brad cómo hacer respirar al personaje, cómo se siente y las razones por las que actúa así. Entonces, el muchacho que interpreta al hombre que él podría haber sido, contempla cómo Robert permanece en silencio, con la mirada sumergida en el horizonte; y, tras unos segundos, le pregunta si le ocurre algo. Robert Redford vuelve de un confín perdido de sí mismo, sonríe y responde: Está todo bien, pero me acabo de dar cuenta de que he tenido una vida.

Imagino el momento, su sonrisa, esa última luz cayendo sobre el pelo del viejo chico de oro. Ese íntimo fulgor, esa satisfacción por una vida plena, por haberse lanzado a cada una de sus páginas, yo lo he visto en los ojos de una mujer que hoy cumple 75 años. Vamos a estar con ella en su barrio de San Lorenzo para celebrar su cumpleaños, porque hemos tenido el privilegio de haber sido actores principales en su vida. Somos protagonistas de una historia, la suya, hecha a base de esfuerzo y de cariño, con un inmenso amor en vena que nos ha arropado, que nos ha cubierto a todos con sus ramas de árbol de madera noble, en su arboleda amplia de abrazos y de voz, siempre dispuesta para levantarnos cuando era necesario y hacernos confiar en nosotros mismos. Has tenido y tienes una vida, sigues llenando el libro con tus fotografías, y nos has enseñado que vivir es querer. No el parloteo egoísta de las cacatúas que presumen de hacerlo, sino de verdad: esa entrega total. Es la vida que quiero, la que tú también me has hecho amar y escribir.

*Escritor

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