Opinión | Con permiso de mi padre

Amor para llevar

Algunos sabores te devuelven a tus seis años corriendo por el campo, a los domingos de universidad lejos de casa y a muchos primos alrededor

En algún momento, si tienes esa suerte, la vida te cambia el papel que estabas desarrollando, el de protagonista absoluto de tu historia, y te regala otro, el de madre o padre, el de hijo de unos progenitores que se hacen mayores y cuentan con tu ayuda, o el de tía o madrina. Personas para las que eres insustituible y que te demuestran lo maravilloso de contar con una red familiar, o de amigos de verdad, con los que hacer la vida. No hablo de verse forzados a ser cuidadores, que a veces también ocurre, sino de valorar felizmente no ser sólo para ti, sino parte de algo más grande. Y en ese darse a los demás, cada cual enseña sus mejores artes; en mi caso, cocinar para los míos es un acto absoluto de amor, efímero pero decisivo.

Hay más amor en un cocido para llevar que en todos los ‘luisvuy’ que puedas comprarles. Porque en un táper de cocido se guardan los abrazos de una madre, los «cuídate mucho», los «abrígate bien», los «te va a sentar de maravilla con este frío»... Se concentran el tiempo que les dedicas, la alegría de hacer hogar fuera de tu propio hogar y la protección que querrías extender con tus brazos. Le debo para siempre un táper a alguien que apostaba sus torreznos contra mis garbanzos, y al que siempre recuerdo cuando toca hacer este plato, porque lo cocinaba de manera diferente. Y es que en cada casa de España se come el cocido de una manera diferente, lo que es otro tema digno de estudio, pero para mí, en general, un hogar que huele a guiso es una señal innegable de familia.

Tengo una amiga sabia que, tras el fallecimiento de la madre de otra, le llevó una sopa de ésas que reconfortan el cuerpo y te dan algo de paz. Porque hay que seguir comiendo incluso cuando no tienes fuerzas ni para peinarte, cuando la pena ocupa más espacio que el propio hambre. Es un consuelo muy práctico.

Entiendo que haya quien odia cocinar, porque se emplea mucho tiempo en una obra que en un momento desaparece y que, además, ha dejado un reguero de cachivaches que recoger y platos que fregar, pero reconozcan que algunos sabores te devuelven a tus seis años corriendo por el campo, a los domingos de universidad lejos de casa y a muchos primos creciendo alrededor.

Por cierto: si añaden una lata de cerveza y un trozo de calabaza a su cocido, van a conseguir una sopa bien espesita, de las que tienen un color y una textura que me agradecerán. Porque darles mi secreto también es quererles.

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