Opinión | El cuerpo en guerra
Poemas viejos en tiempos nuevos
Esta semana he estado de paso en Málaga por el festival MaF cuyas riendas toma, entre otros, Cristina Consuegra. Tuve la suerte de que me invitaran para revisitar La cierva implacable desde la acción performativa del cuerpo, un planteamiento muy bonito e innovador que por un avión averiado no pudo ver la luz como estaba pensado.
Pero lo importante en esta columna es la previa, el antes de, el momento en el que yo me siento en mi casa con toda la inocencia del mundo a seleccionar los poemas que leería en el Festival ajustándome a los temas de referencia que me habían dado. Y el amor era uno de ellos. ¿Cómo iba a imaginar que leer el poema La gran belleza podría doler tanto? ¿Cómo había conseguido mantenerme al margen de esa parte tan dolorosa de mi libro centrado en la figura de mi exmarido y todo el amor que sentí una vez hacia él durante todo este tiempo? Al fin y al cabo, el libro está dedicado a él y a mi gata y es una torre en medio del paisaje que traza el poemario.
Sentada en mi estudio, el corazón se me agarrota tanto con la preparación de la lectura que empiezo a llorar y se abre ante mí un páramo desolador. ¿Cómo he podido mantenerme tan al margen de esta parte poética de mi vida durante este primer año posdivorcio? Ni idea, pero bendigo que haya sido así. Leer en voz alta ciertos poemas no tiene sentido sin sus ojos entre el público. ¿Me pondría a llorar delante de todo el mundo? ¿No había sido suficiente un año para la cicatrización de mis heridas? Se ve que no, porque no me imagino leyendo esos poemas de amor que encierran tanta verdad e ilusión dirigidos a «otro amor», quizás porque me resulta inconcebible sentir semejante nivel de ilusión hacia un nuevo amor.
Quedé devastada en casa, porque me habían indicado que uno de los temas que debía abordar en la conversación y en la lectura era el amor y... Yo no sabría si me licuaría al comenzar a leer La gran belleza. ¿Qué sentido tiene ese poema, que empieza y acaba en mi exmarido? ¿Sería capaz de leerlo sin que mi voz temblara o, quizás, sin desmoronarme?
¿Cómo podía haber permanecido tanto tiempo ajena a todo eso? ¿Cómo no había tomado conciencia antes que esos poemas de amor jamás podrían ser recitados sin pensar en él? No era capaz de pasar página, que fueran simplemente un homenaje a lo que tuvimos, a la familia que quise formar con él y que no funcionó. Dolía todo demasiado. Y eso que ya ha pasado un año y dos meses pero... No, está ahí, tan presente como el primer día. ¿Cómo tomar la palabra sin dirigirme a sus ojos? ¿Cómo serenar el dolor que embargaba su lectura? ¿Cómo recitar al amor si no es él en quien empieza y termina este sentimiento?
*Escritora
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