Opinión | Para ti, para mí
El discurso de la «luna llena»
Hoy, ante la lectura del evangelio que se proclama en las eucaristías dominicales, me viene a la memoria el «discurso de la luna llena», pronunciado por san Juan XXIII, en octubre de 1962, la víspera de la inauguración del Concilio Vaticano II. Salió al balcón, urgido por la multitud que se agolpaba en la plaza del Vaticano, y comenzó a hablarles con el corazón, improvisando cada frase: «Queridos hijitos: Siento vuestras voces. La mía es una más, pero resume la voz del mundo entero. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observarla en lo alto, para mirar este espectáculo. Mi persona no cuenta; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor. Guardemos todo lo que nos une, dejando aparte cualquier cosa que nos pueda tener en alguna dificultad. Regresando a casa, encontraréis a los niños, hacedles una caricia y decidles: esta es la caricia del Papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos». Este discurso improvisado, llamado desde el primer momento «el discurso de la luna llena», dio la vuelta al mundo y se sigue «escuchando» con atención y emoción en las clases de pastoral. Justamente, hoy, el evangelio nos habla de la verdadera «revolución cristiana», que no es como se pretendió en épocas pasadas, una «revolución social», sino, en palabras del papa Francisco, «una revolución que implanta en el mundo la revolución del amor, la cultura de la misericordia». Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La «lógica del amor», que culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Como subraya con fuerza el Papa, «no hay nada más grande y más fecundo que el amor: confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios». Es la «revolución del amor», cuyos protagonistas «son los mártires de todos los tiempos». Podríamos decir que Jesús rompe los clichés culturales, las prácticas sociales, lo que hemos ido interiorizando como normas y nos reta a superar las barreras que impiden la comunión y la fraternidad.
Hace unos días, en la Biblioteca sacerdotal Breña, celebraba un encuentro con sacerdotes sobre la misión y la importancia de los Medios de Comunicación Social en el mundo de hoy y cómo se han de utilizar en las tareas de evangelización. Les recordaba la tesis que allá por el año 1974 defendía el fundador y director de la revista El Ciervo, Lorenzo Gomis, en un libro titulado El medio media, la función política de la prensa, con estas palabras: «La esencia del periodismo, la función política del periodismo, consiste en ‘intermediar’ entre el sistema político y el ambiente social: informar al poder político de lo que demandan los ciudadanos y a los ciudadanos de lo que decide el poder. Así, el medio media. La sociedad democrática delega esta función mediadora en el periodismo, en los periodistas, con dos condiciones indispensables: libertad y credibilidad». Descendíamos, después, al mandato de Cristo, en el evangelio: «Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea» (Mateo 10,27). Y al Magisterio de la Iglesia, tan rico en «exhortaciones» a utilizar los «medios de comunicación», como recomienda el papa Francisco, «en un momento marcado por las polarizaciones y contraposiciones, hemos de comunicarnos con el corazón y los brazos abiertos de par en par». Finalizamos destacando destellos de las homilías: «Iluminar y reconfortar»; han de prepararse «escuchando a Dios y a la asamblea»; «hacer que resulte interesante lo que es importante». De fondo, los versos del poeta: «¿Por qué en la altura, en los lejanos sembrados, / en una encrucijada de estrellas y silencios / no ha de esperarme Dios?».
*Sacerdote y periodista
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