Opinión | Calma aparente
Crónica incierta
Finalmente, aparecieron los créditos
Tomé una decisión en mi vida: fui al cine a ver una película de casi cuatro horas. Ciertamente, no temía que no me gustase. No sé muy bien lo que busco, pero busco algo siempre, y asumo que dicha tarea lleva implícita, entre otras cosas, la nada. Ahora bien, uno tiene cumplir con sus obligaciones, como montar una mesa o ir a Correos, así que no es fácil abrir un hueco de cuatro horas en un día a día tan ajetreado. Menos mal que una de las sesiones era el sábado por la mañana. Esa fue la brecha por la que me escapé de lo previsible, añadiéndole una pequeña dosis de extravagancia a mi vida.
Como es costumbre en Córdoba desde hace tiempo, cogí el coche para ir al cine. Ya son historia los que había en el centro, que siguen abandonados. Supongo la reforma para reconvertirlos en pisos turísticos debe de ser un engorro; aun así, no hay que perder la esperanza, porque ha llegado una nueva moda, la de los hoteles de lujo, que igual se ajustan mejor a sus espacios.
Fue un fin de semana lluvioso, de baldosas sueltas escupiendo agua estancada. Esto imprime otro espíritu a los días, que cobran un ritmo sostenido, que se extienden. De esta forma, lo sucedido el sábado por la mañana parece haber acontecido un mes antes el mismo domingo. Todo se diluye en el tiempo, pierde intensidad; en lugar de euforia, prevalece la placidez. Algo así me pasó con la película que vi, que estaba dividida en dos partes por un descanso de quince minutos, y esto provocó que la primera de ellas me resultase ajena mientras veía la segunda. Puede que tuviese demasiadas cosas en la cabeza como para concentrarme lo suficiente, o quizá me trastocase la charla sobre brutalismo que soltó una mujer durante la pausa. Su acompañante le confesó haber pensado que el título de la película, The Brutalist, se debía al carácter del protagonista, lo que aprovechó la sabia espontánea para desplegar sus conocimientos sobre arquitectura. A algunas personas no les incomoda que les escuchen los desconocidos que están alrededor, no temen decir tonterías. Es una cosa alucinante.
La película era tan larga que los empleados parecían tener ganas de echarnos. Antes de terminar, una abrió la puerta de salida; entró la luz y algunos espectadores se quejaron. La mujer no sabía que a la película todavía le quedaba el epílogo (¡también tenía epílogo!). Finalmente, aparecieron los créditos. Ejercité mi memoria y recordé algunas escenas e imágenes sugerentes, bellas. Sin embargo, en mi búsqueda incesante de lo incierto, esta vez me sobrevino la nada. Otra vez será.
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