Opinión | Aprender para contar
Tan joven y tan vieja... nuestra tierra
Hace ahora casi quince años, Islandia entro en erupción. La preciosa isla se ubica en el paralelo 66ºN, entre Groenlandia y la península escandinava. Tras varios meses de crisis, incluyendo graves problemas de tráfico aéreo internacional, estalló el magnífico volcán Eyjafjallajökull, inmenso y precioso, que nos recuerda que la tierra está en constante cambio. La lava que salió a la superficie nos lleva a pensar que nuestro planeta se sigue formando todavía.
A principios del siglo XX sabíamos muy poco de la estructura de la Tierra y en el año 1912, al visionario explorador, meteorólogo y geofísico Alfred Wegener, analizando las siluetas de los continentes que parecían encajar como un puzle, se le ocurrió la teoría de la deriva continental. Seguramente ideas similares ya estaban en varias otras mentes contemporáneas, como casi siempre, pero fue Wegener quien propuso que los continentes no siempre habían estado donde están ahora, sino que se habían desplazado a lo largo del tiempo. Según él, hace unos 200 millones de años, los continentes formaban un solo supercontinente llamado Pangea, que luego se fue dividiendo y separando para dar lugar a los continentes actuales. Hubo que esperar a la década de 1960 para que se confirmara su teoría. Varias disciplinas trabajando juntas (los avances en la exploración oceánica, el estudio de los fósiles, las medidas de la expansión del fondo oceánico y el desarrollo de la teoría de la tectónica de placas) han consolidado la visión moderna de la geodinámica de la Tierra.
Islandia se encuentra en la dorsal mesoatlántica, una gran falla, una cordillera submarina que divide casi por la mitad al océano Atlántico, como una gran cicatriz, desde el Ártico hasta la Antártida. La isla está en la zona donde las placas tectónicas euroasiática y norteamericana se están separando. A medida que se separan, el magma asciende desde el manto terrestre y forma nueva corteza oceánica. En este proceso que se conoce como expansión del fondo oceánico se está «creando» nueva tierra constantemente, y el material del manto terrestre aflora y se solidifica para formar nueva corteza bajo el océano. Las placas tectónicas son como la piel de la Tierra, y debajo está el manto terrestre con el magma, que actúa como un colchón neumático sobre el que los continentes se desplazan lentamente. El magma es el material «de apoyo» que permite que las placas se deslicen sin apenas fricción y es que, a pesar de que es denso, es viscoso y se comporta como un fluido que deja que las placas se deslicen sin pararse, en un proceso muy lento pero continuo, que lleva millones de años.
Saltemos muchos años atrás y hablemos de la edad de la Tierra, que es muy vieja. Tiene 4.540 millones de años (4.54 × 10⁹ años), una cifra bastante precisa y que se ha calculando datando rocas antiguas y meteoritos. Los elementos radiactivos, como el uranio, se van transformando en otros elementos más estables como el plomo. Al medir la proporción de estos elementos en una muestra, los geólogos pueden calcular cuánto tiempo ha pasado desde que esa roca o mineral se formó. Algunas de las rocas de la Tierra tienen 4.000 millones de años, pero los meteoritos más antiguos son más viejos aún, tienen alrededor de 4.560 millones de años.
Y aquí entramos en un tema casi de definición, la edad de la Tierra y la edad del sistema solar son muy similares, pero no son exactamente iguales. El sistema solar se formó hace 4.600 millones de años, a partir una nube gigante de gas y polvo (una nebulosa) que colapsó bajo su propia gravedad, y que dio lugar al Sol y, poco después, a los planetas, lunas y otros cuerpos que orbitan por ahí. La Tierra, la prototierra deberíamos decir, estuvo ahí desde el comienzo, pero algunos de los procesos que la llevaron a ser nuestro planeta ocurrieron después del comienzo de la formación del sistema solar. La Tierra se formó hace 4.540 millones de años, solo 60 millones de años después.
La formación de nuestro planeta ha seguido un proceso largo y complejo, y aunque comenzó con la nube que originó el sistema solar, tuvieron que suceder muchas cosas después para darle su forma y características actuales. Esos detalles quizás se los cuente otro domingo, aunque hay uno que no me puedo callar, y es que, en su agitada historia, la teoría del Gran Impacto propone que la Luna se formó a partir del material terrestre: hubo un momento en el proceso de la construcción de la Tierra en que un protoplaneta del tamaño de Marte (llamado Theia) colisionó con la ella y expulsó una gran cantidad de material al espacio, que acabó formando la Luna y que afectó a la inclinación y rotación de la Tierra.
Total, que, escribiendo este artículo se me ocurre que en la tierra habría que poner uno de esos carteles que dicen «Work in progress» porque aún ahora sigue en proceso de construcción, y si no que se lo digan a los islandeses. En resumen, un lío maravillosamente complejo que va construyendo un planeta muy viejo y muy joven.
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