Opinión | La cafetera de Aspasia
Auschwitz
El pasado lunes se cumplieron ochenta años de la liberación de Auschwitz. Qué vergüenza de entonces y qué tragedia de ahora que, ochenta años después, tengamos que ver (de nuevo) que el mundo se está desenfocando de esta manera.
En aquel momento, y sin redes sociales, consiguieron convencer a toda una nación de la superioridad de un colectivo. Manipularon las noticias en los medios de comunicación, especialmente prensa y radio, hasta desbordar de odio al pueblo alemán, para que justificasen lo injustificable. Sin duda, ‘exterminio’ es una palabra que, en realidad, no debería existir en ningún país... en ningún momento. Ni antes, ni ahora.
No obstante, en aquellos años, en Alemania, no todo el mundo se dejó convencer. Allí, la escuela de arte más importante del siglo XX -la Bauhaus- fue una de las utopías docentes y artísticas con mayor éxito de la historia del arte. No quisieron ser artistas, quisieron cambiar el mundo... y lo consiguieron: sus soluciones y propuestas las seguimos usando, comprando e, incluso, copiando. Inventaron objetos bellos, funcionales, baratos y accesibles para todo el mundo, especialmente para la clase media.
Una de sus alumnas más brillantes fue Friedl Dicker, de quien, incluso, el director de la escuela Walter Gropius dejó por escrito su «inusual» talento. Inusual, claro, por mujer... no por estudiante de la escuela, que eran todos brillantes tras un proceso de selección de seis meses por algunos de los mejores artistas de Europa.
Dicker, como judía, terminó en Thereseinstadt, campo de concentración cerca de Praga. Allí hizo lo que la Bauhaus le había enseñado (mejorar la vida a través del arte y el diseño) y se dedicó a enseñar a dibujar a las niñas del barracón infantil L410. Algunos de esos dibujos se conservan aún hoy en el Museo Judío de Berlín.
Las mujeres allí encerradas escucharon que había otro campo de concentración que debía estar mucho mejor porque iban muchos niños. Pidieron voluntariamenteir (Friedl, para coincidir con su marido, que estaba allí) a ese magnífico nuevo campo. Dicker, la deportada número 548, salió de Thereseinstadt el 6 de octubre de 1944 junto a las demás, llegaron de noche el día 8. Por desgracia, aquel campo era Auschwitz. Esa misma noche no las mataron porque el cupo diario de gaseados ya se había cumplido. A la mañana siguiente, las gasearon (niñas incluidas) como a cucarachas.
Friedl no fue la única que acabó en este y otros campos de concentración. Lo más triste de todo es que hace casi un siglo de aquella escuela y, ahora, la nueva extrema derecha alemana manifiesta su odio hacia lo que queda de la misma. Espeluznante esta ‘Alternativa para Alemania’.
*Artista y profesora de la Universidad de Sevilla
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