Opinión | Cosas

MIR

Este pasado sábado se han celebrado en España las pruebas de Formación Sanitaria Especializada, a las que estaban llamados más de treinta y dos mil aspirantes. Aunque en ese grupo también entran enfermeros, psicólogos, biólogos, farmacéuticos, químicos y físicos, el grupo lo acaparaban los médicos. El MIR es la metonimia que define una oposición tremendamente exigente. Mi hijo estaba entre los examinandos. Su madre y yo pudimos contemplar la algarabía que aguardaba a los opositores al salir del examen; una concentración friki que casi paraliza el tráfico de una arteria sevillana, con pancartas que parangonaban la recepción de unos campeones del mundo en Barajas; y confeti, griterío y aplausos cuando la interesada -la mayoría de las presentadas eran mujeres- se fundía en un abrazo con sus familiares.

No es nueva esta euforia; un fenómeno extendido a todo el territorio español y que supongo que desconcertaría a cualquier turista, que tal vez curiosearía y se acercaría para pedir un autógrafo. Podría el guiri cuestionarse esta manifestación de jubileo anticipado, cuando desconoces los resultados y aún hay un largo trecho hasta las listas definitivas, más aún cuando existe una coincidencia generalizada de que esta convocatoria ha sido calificada como la más difícil de los últimos años. Podría contrastarse con el discreto mutismo de otras oposiciones, cuando enfilas las calles madrileñas con tus abstracciones, después de haber cantado los temas y afrontar los designios del destino, no por las líneas de la mano, sino por el capricho de unas bolas.

Pero quiero creer que estas oposiciones al MIR son distintas -de hecho, fueron primera noticia en los boletines de la radio-. Aparte de la excusa para la bulla y divertimento de los amigotes, vi en esa concentración naif una recompensa a la sabiduría del esfuerzo. Sin desmerecer el repertorio curricular de los que aguardaban, entronqué estas manifestaciones de reverenciado cariño con las mañanitas mexicanas, o con aquellos escribientes que en la plaza del Zócalo redactan cartas de amor para los enamorados. No tan distantes de aquellos años en los que los estudiantes de medicina tomaban la tensión en la plaza de abastos, para costear con esos donativos una parte de su viaje del paso del ecuador.

Quiero creer que este es un tributo de la sociedad española a quienes velarán por nuestra salud en un mañana que ya está aquí y ante el que orgullosamente nos emocionamos. La sanidad pública es uno de los referentes de esta nación; unas prestaciones que se engrandecen con el contraste de la cobertura de otros Estados más pudientes; que precisan como contraprestación la dignificación de las condiciones laborales y salariales del personal sanitario, falazmente veladas por el axioma de que lo que funciona no existe... y, diríase, hasta que deja de funcionar. Mucha suerte a quienes empeñarán su vida en cuidar la vida de los demás.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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