Opinión | Cielo abierto

Treinta años de Gregorio Ordóñez

Treinta años han pasado ya del asesinato de Gregorio Ordóñez: por si alguien tiene dudas, esto es memoria democrática. La memoria personal, grabada al fuego del recuerdo, el sueño del tejido, el gesto o la sonrisa, como una voz suave en lo que sucedió, se arma con palabras. Palabras que ahora evocan, cargadas de pasado y de presente: porque nos restituyen, porque apuntalan nuestra convivencia con un relato que debe ser coral y compartido, también con sus matices y con sus claroscuros; aunque no debe hurtarnos la verdad. En el caso del terrorismo de ETA, la banda ya no mata y ha sido un triunfo de la democracia. No de Zapatero, que se puso estupendo con Carlos Herrera diciendo que lo logró su gobierno. ETA fue derrotada por todos los gobiernos, por todos los presidentes, por todos los ministros de Interior, por todos los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, por los jueces, por los periodistas que continuaron haciendo su trabajo y la sociedad que siguió creyendo, dentro y fuera de Euskadi, en una convivencia con derecho.

ETA fue derrotada, pero no su narración, que por la dejadez de unos y el interés de otros se ha ido imponiendo a lo que ocurrió: una realidad final con más de mil personas teniendo que salir con escolta a la calle. En ese relato hay un nombre que brilla y significa, con el mismo coraje con el que se enfrentaba, cada día, a los agentes del terror: Gregorio Ordóñez. Porque, con Gregorio Ordóñez, que iba a ser el alcalde de San Sebastián, el desarrollo moral del País Vasco podría haber sido otro. Y con Fernando Múgica, o bajo la presencia constitucionalista de Francisco Tomás y Valiente, la lucidez de Ernest Lluch o la mirada incisiva de columnista cabal de José Luis López de Lacalle. La ponencia Ordartzen, de socialización del sufrimiento, empezó a llevarse por delante a la gente brillante que tenía las llaves del futuro y podría abrir las puertas de otro tipo de convivencia, frente al miedo abrasivo que se había impuesto a toda una sociedad. Y el asesinato de Gregorio Ordóñez fue el anuncio de la ejecución que marcaría, para siempre, la percepción internacional, nacional y vasca del terrorismo etarra: Miguel Ángel Blanco.

Ningún asesinato es uno más, pero algunos te marcan de otra forma. Gregorio Ordóñez miraba de frente a quienes justificaban a los asesinos y les hacía sentir, y saber, que ellos también eran asesinos. Han pasado 30 años, también, de mi primer artículo en este periódico, titulado «El discurso interrumpido», sobre su asesinato. Quienes siguen a bordo de su ambigüedad o del interés estratégico por reinventarse aquello, a ver cómo pueden justificar hoy estos 30 años de vida que le fueron robados a Gregorio Ordóñez.

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