Opinión | Cosas

La democracia hemofílica

Una de las pautas dominantes de esta nueva Administración de Trump es que vuelven a enfatizarse formas de Gobierno apolilladas en los viejos apuntes del colegio. Y no por su súbita aparición, pues siempre han estado ahí, sino por su obscena exhibición. Así, la oligarquía, ese gobierno de unos pocos, era un vocablo silente pero tácitamente aceptado por la ciudadanía; esos hilos invisibles que en las sociedades occidentales intentaban mostrarse exquisitos con la voluntad popular. El paradigma de este telúrico demiurgo es Davos, allí donde se citan los poderosos para engrasar discretamente las manecillas del mundo y cocinar esas morbosas conspiraciones que a la plebe tanto nos pirran.

Nos ofrecen Davos porque aceptamos las matrioskas de la gobernanza; las fortunas que ejercitan sus designios a través de testaferros pues hasta la presente era vulgar ostentar una exhibición de poder. De hecho, la sabiduría popular otorgaba un zafio vilipendio a quienes ingresaban en el nuevo estatus con la grosería de la jactancia, dígase nuevos ricos.

Con Trump las cosas cambian. No vuelve el hombre, como ese viejuno anuncio de fragancias masculinas, pero sí la plutocracia, esa oligarquía de los más ricos. Los punteros de la lista Forbes han sentido la llamada de la Casa Blanca para conformar esta nueva aristocracia del taco. Es el reverso de compensar con un anónimo altruismo por quienes, conforme los tópicos del dinero, la vida les ha sonreído.

Fuera antiguos pudores, pues los hombres de Trump muestran una sonrisa de caricatos. Las cuentas claras: dinero es sinónimo de poder. Musk y compañía van a seguir acrecentando su beneficio industrial sin intermediarios, desde esa singular plataforma de lanzamiento que es el Ejecutivo norteamericano; donde escrúpulo se convierte en un vocablo de panolis. El sarcasmo también se cuela en las urnas, pues Donald Trump ha sido elegido por más de setenta y siete millones de estadounidenses; muchos de ellos rapiñando comida en los contenedores de basura, pero inasequibles a ese genética tantas veces autodestructiva del sueño americano. Ese fervor por un populismo tiránico se expande por el mundo, esgrimiendo esa siniestra coherencia de que los ricos, al menos, no esconden sus cartas. Y se giran hacia la ortodoxia de las democracias, erosionadas por el enroque sempiterno de algunos líderes cuyo afán de perpetuación trasmite propósitos oligárquicos. Y puestos a amasar desencantos, el populismo avala antes el original que la copia; el millonario supuestamente antisistema que, salvo el bolsillo, muestra la arrogancia de la campechanía, frente a un esclerótico ejercicio de liderazgo que devalúa una auténtica democracia participativa. Y ello, sin caer en el peligroso reverso de la oligarquía, llámese oclocracia, poder de la turba o tiranía de la mayoría. Toca una reinvención profunda si no queremos vernos condenados por una democracia hemofílica.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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