Opinión | Tribuna abierta
Profetas, mentirosos y desleales
Preocupa confirmar que en un Estado cuasi federal, donde debería funcionar la cooperación, lo que manda es la desconfianza
George Orwell debió ser un tipo de aúpa. Cuando le preguntaron por qué se alistaba en las filas republicanas durante la Guerra Civil española, respondió: «Porque alguien tiene que matar fascistas». Eso es tener las cosas claras. También veía claro el futuro porque Rebelión en la granja y 1984 ya anticiparon buena parte del mundo en el que hoy (sobre) vivimos. Pero de esa faceta profética que tenía Eric Arthur Blair -ese era el nombre real de Orwell- yo me quedo con aquello que soltó de: «En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario».
No se me ocurre nada más vigente, ahora que Trump ha convencido a millones de personas de que el asalto al Capitolio fue una fiesta de disfraces; o que Mazón se postula como víctima de una cacería política, intentando hacernos creer que estuvo al pie de la dana desde el primer momento. Parece que lo de tratarnos a los ciudadanos como imbéciles se ha convertido en el deporte preferido de esta política ultramoderna de argumentarios y TikTok. Igual es que lo somos.
Aunque, más allá de eso, lo que de verdad me preocupa es confirmar que en un Estado cuasi federal, donde debería funcionar la cooperación, lo que manda es la desconfianza. Y la deslealtad. Se está viendo con el vergonzoso bloqueo para aliviar la saturación de los centros de inmigrantes en Canarias. Y desde luego con la desgracia de la dana en Valencia. El ministro de Fomento, Óscar Puente, es uno de los pocos que no está saliendo chamuscado en este drama, pero el otro día, en una entrevista en la radio, se le escapó la clave que resume lo que hoy es la política en España. «Yo tuve suerte en mi ministerio -explicó- porque no tenía que entenderme ni pelearme con nadie». Y cuando le pregunté por qué el Gobierno central no se implicó más a fondo, Puente respondió: «Si juntos, coordinados, iba a ser muy difícil, peleados, imponiéndose unos a otros, iba a resultar imposible». ¡Viva la sinceridad! No hay más preguntas, señoría. Cincuenta años después de la muerte de Franco, las dos Españas aparecen más vivas que nunca.
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