Opinión | PASO A PASO
Silencio verde
Existe en el alma de una ciudad un pulso vegetal que marca su vitalidad: un diálogo místico entre las frondas que susurran al viento y las aceras que nos conducen al ajetreo cotidiano. Ese pulso, ese éxtasis arbóreo, ha sido brutalmente interrumpido en Córdoba, donde el Ayuntamiento ha mostrado una indiferencia tan densa como las sombras que alguna vez proyectaron sus olmos y jacarandas.
La denuncia de una vecina sobre la opacidad de las políticas de arbolado urbano no es sino el último acto de un drama que recuerda a los silencios ominosos de Antígona frente al edicto de Creonte: la ley del mutismo administrativo se impone, como si la verdad de las copas al cielo debiera ser sepultada bajo toneladas de papeleo inane. Desde diciembre de 2023, esta ciudadana lleva clamando por información sobre podas, plantaciones y conservación; un clamor que ha sido recibido con el eco vacío de despachos hastiados.
Ante tal desidia, la vecina se vio obligada a recurrir al Defensor del Pueblo Andaluz y al Consejo de Transparencia, enfrentándose así a una burocracia que, cual Leviatán hobbesiano, devora no solo derechos fundamentales, sino también la esperanza misma de una gobernanza luminosa. La falta de información, lejos de ser un mero desliz administrativo, se erige en un símbolo de cómo nuestras instituciones han elegido cortar el vínculo sagrado entre los ciudadanos y su entorno natural.
Mientras tanto, el tiempo juega en contra del arbolado urbano, que languidece sin las podas necesarias o la replantación prometida. Cada rama caída es un testimonio de la desidia; cada tronco seco, un epitafio. La naturaleza, que en su sabiduría sigue ofreciendo sombra y oxígeno, parece implorar silenciosamente por una tregua que aún no llega. La vida de los árboles y su íntima conexión con el bienestar humano es un mensaje que nuestra ceguera institucional se niega a descifrar.
Este desamparo recuerda a la descomposición moral descrita por Dostoyevski en Los hermanos Karamázov: un crimen colectivo que nadie confiesa, pero que todos sufren. En este caso, el crimen no es un parricidio, sino un arboricidio silencioso. Córdoba, antaño orgullosa de su patrimonio vegetal, parece ahora haberse resignado a la mutilación de sus pulmones verdes. Los árboles, guardianes de la memoria y la esperanza, se ven reducidos a sombras mutiladas, mientras la administración elude su responsabilidad tras un muro de silencio.
Es imperativo que no dejemos que este silencio verde siga extendiéndose como una gangrena en el corazón de nuestra ciudad. La tragedia del arbolado urbano de Córdoba no solo nos enfrenta a la incompetencia burocrática, sino también a nuestra propia indiferencia. Porque el abandono de nuestros árboles es, al final, el abandono de nosotros mismos.
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