Opinión | Cielo abierto
Viento de Santa Ana
Me entra en el teléfono un mensaje el jueves por la mañana, veo la fotografía de un incendio y leo la primera frase: «La casa del gran Gatsby en llamas». Así comienza el artículo Guillermo Busutil, Premio Nacional de Periodismo Cultural hace un par de años, entre otras cosas, por escribir textos con pasión desgarrada y tensión verbal de pugilista. Vienen después, o se deslizan en su artículo, sombras del cine negro en Sunset Boulevard y el viejo Chinatown, porque Guillermo tiene ese temperamento que siempre ha respirado con el cine. Quiero decir, gran cine: el que nace con Griffith, se convierte en arte con John Ford y lanza categorías de mitos con Greta Garbo, Chaplin y Douglas Fairbanks, padre; porque no podemos olvidarnos del hijo, que hizo también películas de aventuras como Gunga Din, basado en el poema de Rudyard Kipling -«¡Tú eres mejor hombre que yo, Gunga Din!»-, o la maravillosa Simbad el marino, con una potente y colorida Maureen O’Hara, antes de la irrupción salvaje de Errol Flynn. Es el cine que acaba en ‘El Padrino’, el último gran clásico, con el tonto de Fredo recibiendo ese beso final de Michael en La Habana. A partir de ahí, hay buenas películas, y algunas muy buenas: pero la edad dorada queda atrás. Esto lo ha entendido Tarantino, que siempre se ha quedado en la repetición vestida de homenaje, a veces con tanta gracia como en Érase una vez en Hollywood. Por eso, estos días, del artículo de Guillermo a la desolación de seis incendios descontrolados a la vez, con vientos de 180 km hora disparando el fuego, esa edad dorada es la que arde.
Ya sé que todo el mundo está que arde: arde Ucrania bajo la invasión rusa, con su contienda interminable, arde Venezuela con un dictador vivo que no está, precisamente, muriendo de vejez en la cama de un hospital hace 50 años, sino dando un golpe de Estado, represaliando la libertad de expresión y torturando hoy. Ya sé que todo arde. Pero con este desastre que aparece como la gran resaca tras la fiesta, y la internacional de halo fascista que se viene elevando a rango institucional con todos los extremos en su mapa de encono, arde Hollywood y parece que arde también el logro de estar vivos, con la casa de Gatsby y también la mansión española en la que Norma Desmond había visto nadar a Valentino.
Para quien ama el cine -sobre todo, aquel cine-, ver arder Los Ángeles, ver arder Sunset Boulevard, es lo más parecido a ver arder la Acrópolis de Atenas. El mito, el mito. Esa fascinación. Vivimos en un tiempo en que parece que hay que reconstruirlo todo. Hollywood volverá a levantarse, con una nueva luz, y también volveremos a habitarlo, porque el gran teatro de los sueños siempre ha necesitado que creamos en él.
*Escritor
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