Opinión | El cuerpo en guerra
Entre el dolor y la nada
En estos tiempos, los que conservan algo de esperanza o fe en el futuro son unos revolucionarios. Quisiera contagiarme de su entusiasmo, que me convenciesen con sus argumentos, pero de momento no queda en mí ni un huequito por el que pueda colarse esa llama fértil que abraza que es la esperanza y que funciona como motor de acción. La falta de ella paraliza, deja fuera de juego a los que esta cuesta de enero nos es más empinada emocional que económicamente (y eso ya es decir mucho).
La sociedad otorga un año al duelo. Después, se supone que tienes que estar mejor. Es así, algo obligado, circunscrito. Y, si el dolor continúa, hay que tragárselo (sin digerir). Es decir, allá tú: ya no se tolera tu pesar porque te han dado un año. Se supone que después de 365 días de vida sin la otra persona has debido crear una nueva vida perfectamente sellada como para que no haya ninguna gotera dolorosa ni supure ningún compartimento de la nueva persona que en la que se supone que te has convertido en esta vuelta al sol. Después de ella, toca ponerse en pie con la fortaleza intacta.
El divorcio, la ruptura con la persona con la que habías forjado una vida durante años, es un duelo más. Se supone que después de vivir sola (bueno, sin tu otra parte) todas las fechas señaladas una vez debes estar totalmente en forma para seguir construyendo la vida nueva. Pero, ¿y si aún queda dolor, uno tan grande como para, de repente, hacerte sentir perdida? Como canta Nacho Vegas, «entre el dolor y la nada, elegí el dolor».
En esas estoy últimamente, en las horas vacías en las que me cuesta existir, aunque ya haya pasado un año de la ruptura, me aferro al dolor ante el silencio atronador de tanta nada. Y la sociedad no entiende, porque ya he vivido esos 365 días sin él y debería haberme recuperado. Y lo he hecho. He hecho todos los deberes pero cuesta... No sé decir por qué me ha asolado esta tristeza desgarradora justo ahora. Quizás el pesar de aquellos días, que vuelve a revivirse en bucle y me deja plantada en medio del salón sin saber qué hacer con las tardes y tanto frío. Y ante las horas implacables del invierno me aferro a lo que ya no, ya nunca.
Ningún amor será ya todo ilusión, todo. Nunca incondicionalidad, nunca refugio nuclear contra el mundo, porque cuando el nuevo amor llegue estaré esperando a que irremediablemente un día le salgan grietas y humedad y luego se acabe y así no se puede construir futuro, sólo un presente a la espera de su extinción. Y cómo amar protegiéndose de amar, cómo querer con esperanza, con fe en el futuro. Un te quiero pero ahora sin creer en después.
*Escritora
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