Opinión | Mamá está que se sale
Lo que espero de 2025
Hace unas semanas, unos universitarios me contaban que daban clases y apoyaban en los deberes a niños de especial vulnerabilidad. Creerás que es porque nos hemos vuelto alérgicos a llamar a las cosas por su nombre, pero no, no son pobres. Son algo distinto a eso, son vulnerables. No les falta un techo, y tienen cubiertos servicios esenciales como sanidad o educación. Pero son vulnerables porque les falta lo único que iguala en esta vida, o te permite progresar, que es la educación. Lo vi claro cuando una de las chicas me contaba que su «alumna» tenía claramente déficit de atención, y suspendía casi todos los exámenes que hacía, porque no entendía lo que le preguntaban, a pesar de que no era tonta. Pero en el colegio sólo le podían adaptar los exámenes y ofrecer el apoyo que necesitara si le hacían un diagnóstico, a lo que la madre se negaba. Cuando me lo contó, las dos nos miramos con una mezcla de rabia e incredulidad, porque contra la burrez humana no hay armas posibles. Sólo la educación permitiría a esa mentecata de madre entender que está privando a su hija de cualquier oportunidad. Y sólo la educación permitirá a la niña progresar. Eso es sufrir vulnerabilidad: estar a merced del viento, o del primer desalmado que le pase cerca. No tiene nada que ver con la pobreza.
Esos universitarios probablemente no ganen el Nobel de la Paz, ni saldrán en las noticias. No van a ganar dinero, más bien les costará el billete de bus, y si toman un café lo pagarán ellos. Pero tienen en sus manos tapar el agujero por el que se escapa el agua para esos niños, haciendo por ellos lo que ni siquiera hacen sus padres
Al pensar en mis propósitos de este año, recordé a los universitarios. Después del torrente de peticiones que se me agolpaban en la mente, como si olvidarme de algo lo fuera a condenar a la mala suerte, pedí más tranquila por todo lo importante. Por nosotros y nuestras familias, en todas y cada una de nuestras facetas. Por los que estamos aquí, y ahora. Y por los que ya no están. Sería su hora seguramente, pero nos acordamos de ellos, o vemos a sus familias, y el deseo es que vaya todo bien. Dios sabe más. Que tengamos paz. En Ucrania o allende los mares, pero en nuestra casa también.
Y en cuanto a cada uno de nosotros, pues que hagamos como los universitarios, que donde estemos, sepamos ver por dónde se escapa el agua, y pongamos el dedito. En cien años no quedaremos aquí ninguno de nosotros. Nadie nos recordará, salvo algún tataranieto aficionado a la genealogía. Todo habrá pasado sin más. Así que mi único deseo es que estemos donde debamos y que seamos útiles en lo que hagamos. La madre Teresa de Calcuta lo resume en ser fuente y no desagüe. Ni mil palabras más.
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