Opinión | Tribuna abierta

Danube I, major Tom Strauss

Bien podría decirse que este año el Concierto de Año Nuevo ha tenido un amanecer cósmico o que, de alguna manera, ha entrado definitivamente en la era espacial. Y lo ha hecho con un elegante cortometraje de Bárbara Weissenbeck conmemorando el bicentenario de Johan Strauss II a través de un elaborado guiño cinematográfico-musical a «2001…» una de las obras maestras del género de SF. Fue una de las tres gratas, pequeñas y poco comentadas sorpresas hiladas a una gala que de la mano de Riccardo Muti - muy aplaudido, siempre cómplice con sus músicos y fiel a su peculiar estilo con la batuta- junto a un bien estructurado programa, que acogió por vez primera la obra de una compositora, logró un nivel notablemente superior al de las últimas ocasiones.

La primera hizo que El bello Danubio Azul sonara dos veces en la retransmisión. Stanley Kubrick hubiese sonreído satisfecho al ver navegar musicalmente por el espacio a la Danube I al mando del mayor Tom Strauss (tataranieto del compositor) reviviendo algunas escenas del film. La anécdota fue el pequeño desliz de Martín Llade, pronto corregido, aludiendo al Enterprise de Star Trek en vez de al Discovery de Kubrick, quien por cierto, aunque no sea muy sabido, barajó la posibilidad de utilizar en la cinta partes de la Tercera Sinfonía de Mahler. E incluso había encargado una prebanda musical a Alex North que luego no utilizó y que recuperó en una grabación Jerry Goldsmith. Ambos dos grandes de la música en las pantallas.

El caso es que prefirió a los clásicos. Y acertó. Pero solo admitió la versión del Danubio azul de Von Karajan. Para el director norteamericano la elegancia de la estación espacial rotando era toda una transcripción a imágenes de la plasticidad y los giros del vals. De la misma manera el amanecer de la Humanidad desde la oscuridad propiciaba el Así hablaba Zaratustra de Richard Strauss, otro referente musical, pero que nada tiene que ver con la saga vienesa.

La cosa es que, quizá sin proponérselo, el corto de Weissenbeck al ilustrar Donde florecen los limoneros da pie a evocar otro clásico de la SF de los 70, Naves misteriosas de Douglas Trumbull, con un invernadero espacial que a cualquier aficionado le recordará de inmediato los del Valley Forge. No en vano Trumbull trabajó en los efectos especiales de 2001. La directora hace transitar la nave entre imágenes de época, visiones de la Tierra desde el espacio y piezas ejecutadas por integrantes de la Filarmónica de Viena bien desde entornos como un octógono flotante girando al estilo 2001, bien orquestando un conjunto de xilófonos o adentrándose en músicas más actuales. En este caso a través del violín de Kirill Kobantschenko , un experto en combinar la de cámara, con la electrónica y el jazz. Y a quienes estos días hayan visitado las excelentes exposiciones sobre la arquitectura de Rafael de la Hoz quizá ver rotar un octógono sugiriendo una circunferencia circunscrita les lleve a consideraciones muy cordobesas.

No le anduvo a la zaga la atractiva, dinámica y muy plástica coreografía desarrollada en torno a la espectacular locomotora de vapor del Museo de la Técnica. Con otros atavíos podría ser perfectamente el número de un musical de Broadway. Y tercera sorpresa. Martin Llade se animó a cerrar la transmisión con unos versos del premio Príncipe de Asturias Ángel González ante su próximo centenario: «Te llaman porvenir porque no vienes nunca, pero permaneces (…) más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde(…..) mañana será otro día tranquilo (…) y no eso que esperamos aún, todavía y siempre». A lo mejor instaura la costumbre.

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