Opinión | Salida de emergencia
El tamaño del horror
El juicio del caso de Gisèle Pelicot debería haber sido un espejo en el que mirarse la sociedad actual para cambiar de lado el dolor y la sinrazón
Recientemente hemos sabido que diecisiete de los hombres que fueron condenados en el juicio por la violación de Gisèle Pelicot han apelado el veredicto y quizá alguno de ellos consiga esquivar la cárcel y seguir con su vida con absoluta normalidad dentro de la cotidianeidad de su casa y de su familia, de tenerla, como si nunca hubiera pasado nada. Aquel juicio tendría que haber sido el espejo donde debieran mirarse todas las sociedades para comprender que no solo la vergüenza debe de cambiar de lado, también el dolor y la sinrazón y el continuado maltrato hacia las mujeres con frases tan aparentemente inofensivas como «no hay quien la aguante. Es que tiene la regla», porque de todas las frases que se dijeron en aquel juicio hay una, dicha por la propia Gisèle, que exige un análisis detenido y es esta: «La violación es violación», dijo en el tribunal en noviembre. «Cuando entras en un dormitorio y ves un cuerpo inmóvil, ¿en qué momento decides no reaccionar? ¿Por qué no te fuiste inmediatamente a denunciarlo a la policía?». Y entonces surge la pregunta: ¿En qué tipo de sociedad vivimos cuando hombres de todas las edades y condiciones sociales sienten placer violando a una mujer indefensa, drogada, con el beneplácito de su marido que un día descubrió que su mayor placer radicaba en el daño ocasionado a su mujer, a la que no solo drogaba para violarla él, sino que lo hacía para que otros la violaran en su propio dormitorio?
La respuesta es amarga, mucho, porque no hay respuesta posible y, sin embargo, la respuesta está en el modo en el que las mujeres hemos sido tratadas y maltratadas de forma sistemática, silenciadas de forma constante y humilladas por el simple hecho de ser mujeres. Basta recordar que hasta mediados del siglo XX era fácil que una mujer fuera ingresada en un hospital psiquiátrico solo porque el marido así lo decidiera, haciendo que la locura hurtase a la depresión una posible cura, porque realmente lo que molestaba y sobraban era los sentimientos de las mujeres que no debían pensar, tampoco crear y sí ser únicamente mujeres bajo los parámetros que los hombres precisaban.
Claro que hemos avanzado, no diré lo contrario, pero al ver el caso de Gisèle Pelicot una se pregunta ¿cuál es el tamaño del horror en el que viven las mujeres dentro de las paredes de una casa? Solo imaginar la respuesta hace que un aullido seco y doliente se instale sobre todas las cosas.
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