Opinión | Calma aparente
De golpe
El conocimiento no exime del golpe. A veces nos permite anticiparlo y evitarlo, pero otras veces nos aniquila una obviedad. Las luces de Navidad se encendieron hace tiempo, y antes ya vimos a los operarios trabajando. Nadie dudaba de que esto iba a pasar, se repite lo mismo cada año; aun así, el día que estalla la bomba siempre nos sorprende. Sí, ahora sí, me digo, y poco a poco asimilo lo que supone: fingir normalidad aunque el caos lo gobierne todo descaradamente; recorrer el alambre que separa el primer día del último como un funambulista extremo, intentando mantener el equilibrio a pesar del azote de los excesos. Nos sobrevienen las costumbres, y una de ellas, en mi caso, es verme sobrepasado. La Navidad se avisa, pero llega de golpe.
Estas fechas se desdoblan. La primera parte tiene mucho reprís, tiene mucho peligro. Los días fundamentales, ineludibles, están claros, y se tiene la intención de llegar a ellos en plenitud de facultades. Pero es más fácil de lo que parece estar todo el día insistiendo en que no quieres pasarte de la raya y, aun así, seguir pidiendo cañas. Las cuatro de la mañana permanecen agazapadas en la noche, y nos asaltan cuando menos lo esperamos. Entonces entiende uno que ha caído en la trampa: llegar lastrado al aeropuerto, con todo el viaje por delante. Empieza la disputa con el propio cuerpo. Las horas se disparan. Los planes y las caras se confunden.
La segunda parte es mentirosa, su calma es aparente. A muchos nos empuja a la carretera. Ahora mismo, por ejemplo, estoy en Alicante. Nunca me habría imaginado en esta ciudad, pero llevo años viniendo; sin duda, forma parte de mi vida (somos predecibles y no somos tan predecibles al mismo tiempo). Me he lanzado a la calle y la luz y la temperatura han limpiado en un momento la negrura y la densidad de mi cabeza. Ya no me pesan las cejas, ya no tengo por estómago un mazapán. Al girar la esquina, he visto a un señor que arrastraba a su perro. La Navidad también es eso, un chihuahua obeso que no se puede mover, que respira de milagro.
Todos los años se repite la misma historia. Nuestra rutina explosiona. Trazamos un plan y lo cumplimos lo mejor que podemos. Volvemos a encontrarnos con los mismos agobios, que juramos sortear al año siguiente; volvemos encontrarnos con personas a las que no nos importaría no ver nunca más y con personas que deberían vivir más cerca. Comemos demasiado. Alternamos calma y frenesí. Nos vemos más mayores y nos vemos igual que siempre. Todo se reduce a un chispazo. El paso del tiempo se avisa, pero llega de golpe.
*Escritor
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